Neblina morada
¿Y dónde está el socialismo?
Volver a un Estado premoderno, o establecer no la dictadura del proletariado sino la asunción de los trabajadores en las decisiones y tal vez la abolición de la burguesía, sería retornar a las cosas esenciales, reconstruir las relaciones comunitarias, lograr el abandono de lo hipermoderno y su discurso fragmentalista, hacer una tabla rasa de los meandros de la crisis mundial, decidirse por la sustentabilidad y no por la parcialidad( los efímeros placeres y artificios), dejar los grandes sucesos de riqueza por la sencilla ceremonia del vivir: casa, vestido, alimento y cultura. ¿Es el punto del no retorno?, puede ser, pero se dejaría ese frenesí por el dinero y la posesión inhumana que arrastra a la raza terrícola al despeñadero y la auto supresión en medio de la violencia, la depredación, el ataque ecológico autodestructivo. La lógica del dinero se sacia a sí misma., se precipita hacia el caos. La ganancia requiere de más ganancia y dejan de importar las razones, los individuos, la dignidad. El horror y la muerte nutren el poder que a su vez se sabe efímero, finito, y en su más alto estadio. Si se suprime el fervor religioso y espiritual, no hay miedo a la muerte. Todo es aquí y ahora. No hay más. Borrados pasado y futuro: el presente es único. Antaño las religiones dotaban de esa condición trascendente y que apaciguaba las ansias, sosegaba ambiciones, y dotaba de proyectos más allá de la vida. Tarkovski el cineasta ruso en pleno socialismo real lo supo y lo plasmó en esa memorable cinta El Sacrificio, donde la religiosidad conjuraba la amenaza atómica, y la vuelta a las cosas esenciales, en un acto nietzscheando, regeneraba la vida toda. Una metáfora de lo que acaece actualmente y lo que hace falta.
Abandonar lo efímero por lo trascendente. Virar hacia la naturaleza y su sabia alianza de ciclos, la humanidad comunitaria, el retorno a la familia solidaria y protectora, el desprecio a la velocidad y al oropel de los tiempos, el incendio de los software como premisas para la justificación vital y depositaria de todas las respuestas, es decir: la nueva revolución humanista que aun es posible, asumir las diferencias y eliminar lo uniforme. No un retroceso: un respiro. La tecnología es la vía del holocausto, instrumento del dinero para perpetuarse. ¿Imposible? No, si muy difícil. Una nueva conciencia del vivir, un refugiarse en los antiguos y su conocimiento de otro mundo. Abolir los egoísmos y sus templos narcisistas. El ser de hoy está ensimismado, no ve al otro, no sale de sí mismo y si lo ve es para denostarlo. Todas las corrientes de amor y de compasión y de encuentro son vistas como sospechosas. El individuo es el fin, el aislamiento, el egoísmo. El espíritu gregario se acabó con el resabio de la última utopía. Sin embargo, en el postmarxismo, el retomado del joven Marx, y que Althusser asimiló muy a bien a su teoría sobre idolología, adaptado a los tiempos que corren, vemos que esa estructura donde la liberación del capital ha generado nuevas categorías que generan crisis y una implosión impostergable, es donde el individuo debe reabrir el debate acerca de la conciencia colectiva y colectivista. Las señales de la tribu son en ese sentido: las religiosidades, las artes y el rol del intelectual actuante deben ser recuperados para retomar la idea de cohesión social, ante la fragmentación del sujeto en entidades discernibles, desechables, efímeras como los puestos de trabajo, las mercancías, y los derechos sociales hoy día en todo el mundo.
La tarea es reconstruir ese escenario del proyecto humanista, donde el Estado recupere su figura pero como algo distinto a la época del socialismo real, más justo, más equitativo, menos cerrado. Ese contrapoder, era una opción válida ante los mercados volátiles y especulativos, porque se centraba en el hombre. Tener una opción así, devuelve una ética que resuelve la simbiosis: conciencia y espíritu, aliento trascendentalita y acción social, y todo desde el núcleo comunitario: la familia, el barrio, la aldea, la comunidad, la polis, la patria (cuya noción se debe recuperar). Mientras haya crisis en los estadios espirituales como las iglesias, en la recepción de mensajes como la interacción electrónica teledirigida y alienante, no se podrá recuperar el ser. Ese que aun a veces pervive en el campo, por ejemplo. Y que el arte rescata como una rebelión de los tiempos. El socialismo sería pues un proyecto perfectible, una vuelta hacia la esencia, un recurso para restituir ese proceso civilizatorio que retome la atención en lo humano y no en la ganancia.El materialismo dialéctico puede ser una nueva espiritualidad.El filósofo de Basilea decía que el cuerpo es el alma. Nietzsche cuando hablaba de la degradación de todos los valores no hacía sino consignar eso que vivimos. Dostoievski lo dijo: si Dios no existe, todo está permitido. No es otra cosa esta ausencia de misticismo, de alma de los tiempos, y esto más allá de cualquier religión. La materia es el espíritu, y la esencia es un vacío. Todo lo que representa ese discurso ilusorio devasta el ser. Hay que abrazar un árbol y sentirlo latir de nuevo.