free counters

domingo, 12 de junio de 2011

NEBLINA MORADA: Villanos en la literatura

NEBLINA MORADA
Villanos en la literatura
Irving Ramírez


Para Beca, la villana del FACE


El mal seduce: un villano es quien se entrega al mal. Su misión es infundir daño a la creación misma; más que otra cosa sigue un sino predeterminado para equilibrar el universo, así lo entiende "Mister vidrio" en la película de Shyamalan, El protegido, donde debe instruir a su contraparte, el héroe, a que asuma su papel en la trama de la vida. Hay una simbiosis, ambos se necesitan.

San Agustín decía que el hombre es malo cuando se rige por sí mismo. Y en Los hermanos Karamazov, Ivan lanza la inquietante frase paradigmática “Si Dios no existe, todo está permitido”.

En la literatura, no sólo abundan, sino articulan las tramas, fortalecen y justifican las historias, amén de dotar de complejidad dramática y sentido al conflicto. De los más memorables, el coronel Kurtz de El corazón de las tinieblas, de Conrad, ese ser que se sintió Dios y que abusó de la megalomanía en grado supremo; en El Conde de Montecristo, Danglars y los encumbrados enemigos de Edmundo Dantés lo enviarán injustamente a prisión, lo despojarán de sus bienes y su mujer, y qué tal el siniestro Vautrin que en Papá Goriot maquina sus intrigas con Rastignac, y esconde un oscuro pasado criminal, y que reaparecerá en otros libros de La comedia humana; en Los miserables, de Victor Hugo, el sieniestro y mezquino Tehadier, quien odia a Cosette y saca ventaja de todo, o el viejo Karamazov, un tirano egoísta que es brutal, concupiscente y cruel y es asesinado por uno de sus hijos. Villanos sofisticados y elegantes son Valmont y la marquesa de Marteuil, quienes juegan con los corazones de sus amantes en un duelo de vanidad en Las relaciones peligrosas, de Choderos de Laclos.

Cabría tal vez en esta galería la frase de Sartre “El infierno son los otros”, eludiendo la parte oscura de cada quien. Los villanos fascinan. Su astucia es más producto de la obsesión, y de la voluntad de poder nietzscheana que otra cosa. A veces sin ellos saberlo como el caso de Raskolnikov en Crimen y castigo, o de Marsault en El extranjero de Camus: villanos inconscientes, autómatas.

El mal es la sujeción de lo prohibido, la conciencia de dominio que se apodera de estos para quienes la lucha no es más que un añadido, en su furor trasgresor. El mal puede ser injusto, pero es una demostración de fuerza, incluso para los más dotados. El tirano, por ejemplo, es un villano identificado con las trascendencia, así el Big Brother de Orwell, el Tirano Banderas de Valle Inclán, entes abstractos como el Tribunal de El Proceso de Kafka, o el Gran Guardabosques de Sobre los acantilados de mármol, la novela de Jünger, esa parábola extraña de sometimiento colectivo y el mal gratuito; si los sueños de la razón engendran monstruos, el escritor alemán anotó: "el Gran Guardabosques parecía, pues, un médico criminal que primero provocara el mal, para luego asestar al enfermo una serie de heridas pensadas de antemano”. Es decir, la sevicia al servicio del placer.

Y qué decir de las villanas todas de Las diabólicas, del libro de Jules Barvey D’Aurevilly con la misógina mirada decimonónica, y nadie se salva de esta condición: hombres, mujeres, niños. El villano que confronta un orden para subvertirlo o aniquilarlo, y que finalmente, destroza la noción de armonía. Deudo de su fuerza, su furor sirve a su instinto o perece por él. Como Kant decía, el hombre llamado por la consciencia puede rebasarse a sí mismo como ser natural. Un loco no es consciente del mal. Para un villano, el supremo mal es el supremo bien, como bien asentó Bataille al referirse a Sade. Y lo ejerce a voluntad.

El villano más fino es aquel que sólo cuenta con sus potencias personales y no instituciones o ejércitos. Acaso lo más terrible sea como en la nouvelle El viajero sobre la tierra, de Julien Green, donde el villano surge del propio protagonista, Daniel O'Donnovan, quien de pronto se ve empujado por su amigo imaginario, Pablo, ese fantasma que lo acosa e influye hacia el mal hasta empujarlo al suicidio.

Ése es el más terrorífico: el autovillano del fuero interno, la condición humana de Hobbes, no el mal como cliché de nuestra era, el barato fetiche psíquico, la consigna como cultura homogénea, el suero de los enfermos de modernidad, sino el de esa noveleta donde lo consigna la nota dejada en la mesa por ese ser malvado que decía “uno que es fuerte, llegará y te tomará bajo su custodia, y habrá de guiarte por todos los caminos de la vida si tú no te resistes”. El villano más diabólico es ese, el que se enmascara de amigo y consejero, y aflora como una amenaza cuando menos se espera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario