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domingo, 2 de octubre de 2011

NEBLINA MORADA: ¿Y dónde está el socialismo?

Neblina morada

¿Y dónde está el socialismo?


Volver a un Estado premoderno, o establecer no la dictadura del proletariado sino la asunción de los trabajadores en las decisiones y tal vez la abolición de la burguesía, sería retornar a las cosas esenciales, reconstruir las relaciones comunitarias, lograr el abandono de lo hipermoderno y su discurso fragmentalista, hacer una tabla rasa de los meandros de la crisis mundial, decidirse por la sustentabilidad y no por la parcialidad( los efímeros placeres y artificios), dejar los grandes sucesos de riqueza por la sencilla ceremonia del vivir: casa, vestido, alimento y cultura. ¿Es el punto del no retorno?, puede ser, pero se dejaría ese frenesí por el dinero y la posesión inhumana que arrastra a la raza terrícola al despeñadero y la auto supresión en medio de la violencia, la depredación, el ataque ecológico autodestructivo. La lógica del dinero se sacia a sí misma., se precipita hacia el caos. La ganancia requiere de más ganancia y dejan de importar las razones, los individuos, la dignidad. El horror y la muerte nutren el poder que a su vez se sabe efímero, finito, y en su más alto estadio. Si se suprime el fervor religioso y espiritual, no hay miedo a la muerte. Todo es aquí y ahora. No hay más. Borrados pasado y futuro: el presente es único. Antaño las religiones dotaban de esa condición trascendente y que apaciguaba las ansias, sosegaba ambiciones, y dotaba de proyectos más allá de la vida. Tarkovski el cineasta ruso en pleno socialismo real lo supo y lo plasmó en esa memorable cinta El Sacrificio, donde la religiosidad conjuraba la amenaza atómica, y la vuelta a las cosas esenciales, en un acto nietzscheando, regeneraba la vida toda. Una metáfora de lo que acaece actualmente y lo que hace falta.

Abandonar lo efímero por lo trascendente. Virar hacia la naturaleza y su sabia alianza de ciclos, la humanidad comunitaria, el retorno a la familia solidaria y protectora, el desprecio a la velocidad y al oropel de los tiempos, el incendio de los software como premisas para la justificación vital y depositaria de todas las respuestas, es decir: la nueva revolución humanista que aun es posible, asumir las diferencias y eliminar lo uniforme. No un retroceso: un respiro. La tecnología es la vía del holocausto, instrumento del dinero para perpetuarse. ¿Imposible? No, si muy difícil. Una nueva conciencia del vivir, un refugiarse en los antiguos y su conocimiento de otro mundo. Abolir los egoísmos y sus templos narcisistas. El ser de hoy está ensimismado, no ve al otro, no sale de sí mismo y si lo ve es para denostarlo. Todas las corrientes de amor y de compasión y de encuentro son vistas como sospechosas. El individuo es el fin, el aislamiento, el egoísmo. El espíritu gregario se acabó con el resabio de la última utopía. Sin embargo, en el postmarxismo, el retomado del joven Marx, y que Althusser asimiló muy a bien a su teoría sobre idolología, adaptado a los tiempos que corren, vemos que esa estructura donde la liberación del capital ha generado nuevas categorías que generan crisis y una implosión impostergable, es donde el individuo debe reabrir el debate acerca de la conciencia colectiva y colectivista. Las señales de la tribu son en ese sentido: las religiosidades, las artes y el rol del intelectual actuante deben ser recuperados para retomar la idea de cohesión social, ante la fragmentación del sujeto en entidades discernibles, desechables, efímeras como los puestos de trabajo, las mercancías, y los derechos sociales hoy día en todo el mundo.

La tarea es reconstruir ese escenario del proyecto humanista, donde el Estado recupere su figura pero como algo distinto a la época del socialismo real, más justo, más equitativo, menos cerrado. Ese contrapoder, era una opción válida ante los mercados volátiles y especulativos, porque se centraba en el hombre. Tener una opción así, devuelve una ética que resuelve la simbiosis: conciencia y espíritu, aliento trascendentalita y acción social, y todo desde el núcleo comunitario: la familia, el barrio, la aldea, la comunidad, la polis, la patria (cuya noción se debe recuperar). Mientras haya crisis en los estadios espirituales como las iglesias, en la recepción de mensajes como la interacción electrónica teledirigida y alienante, no se podrá recuperar el ser. Ese que aun a veces pervive en el campo, por ejemplo. Y que el arte rescata como una rebelión de los tiempos. El socialismo sería pues un proyecto perfectible, una vuelta hacia la esencia, un recurso para restituir ese proceso civilizatorio que retome la atención en lo humano y no en la ganancia.El materialismo dialéctico puede ser una nueva espiritualidad.El filósofo de Basilea decía que el cuerpo es el alma. Nietzsche cuando hablaba de la degradación de todos los valores no hacía sino consignar eso que vivimos. Dostoievski lo dijo: si Dios no existe, todo está permitido. No es otra cosa esta ausencia de misticismo, de alma de los tiempos, y esto más allá de cualquier religión. La materia es el espíritu, y la esencia es un vacío. Todo lo que representa ese discurso ilusorio devasta el ser. Hay que abrazar un árbol y sentirlo latir de nuevo.

lunes, 12 de septiembre de 2011

NEBLINA MORADA: Francisco Tario y los arrabales de la lengua


NEBLINA MORADA
Francisco Tario y los arrabales de la lengua
Irving Ramírez



Que nadie hable. La estatua o el tiempo pudieran tomarse venganza de ello.
Francisco Tario


Mas allá de ser un escritor olvidado o desconocido, salvo para algunos fervorosos seguidores, Francisco Tario descansa como un poderoso y vigente narrador que se adelantó a su tiempo. Si su biografía es una leyenda, no lo es menos esa capacidad fabuladora sustentada en una prodigiosa imaginación. Y, sobre todo, en lo arriesgado de su quehacer literario que lo llevan a atreverse a todo, en un medio en que las formas las dictan otros. Salirse del script y más en la época en que él lo hizo, habla de un desprecio a la república de las letras a la que nunca perteneció y que tal vez sea el motivo por el que siga  siendo marginal. Su literatura, excéntrica, ciertamente, permanece allí por algo misterioso donde otros han rebasado ese límite de lo inaccesible o de lo difícil, como Salvador Elizondo, por ejemplo. De sus novelas, Jardín secreto, parece que rinde tributo al título, casi imposible obtenerla hoy día, yo la leí por una chica amable que me la dejó como recuerdo, es una fastuosa novela psicológica familiar, una Bildungsroman que se sustenta en el lenguaje, y que lo sitúa como nuestro Henry James mexicano, la trama del protagonista que se enamora del adolescente que no sabe de quién es hija, y la locura de su madre, y la influencia de La Encina, hacienda de equívocos y de encierros misterios donde habita, lo dotan de una rara belleza, una novela intensa y ambigua. Entendible que esta obra maestra no llegue al lector común de hoy, tan acostumbrado a la light literatura de ocasión, como tampoco lo hace La obediencia nocturna, de  Juan Vicente Melo. Su otra novela, Aquí abajo, ha permanecido igualmente secreta y desapercibida para el lector que sólo busca novedades, que sigue la corriente del mainstream literario comercial. Sin embargo, sus cuentos, a más de ser extraños, insólitos dentro de lo insólito por el extenso uso de la prosopopeya, por la metaficción constante, por el lenguaje poético, por lo extraño de sus tramas donde hay féretros que hablan, micos que salen del grifo de agua, padres que buscan ahogarse a lo grande en un trasatlántico, caníbales que contagian su furor por la carne, etcétera, son cuentos perfectos que atrapan por su capacidad visual, por su ritmo y su oficio.

Por ello, no se entiende ese desdén de editoriales y lectores para reivindicar a este autor hispano-mexicano. Su teatro es otra cosa, Ionesco hubiese estado encantado de leer esas obras: El caballo asesinado, por ejemplo. Como lo estuvo Cioran cuando conoció los aforismos de Equinoccio en los 40. Allí halló un Döpelggänger, alguien en el mismo rumbo que él. Aforismos como: “Crimen y beso silencioso: éxtasis de la humanidad”.

Vemos que el misterio en Tario no es tanto de la historia sino de la escritura, del discurso, una rara mezcla de alusión con reflexión que se disuelve en capas semánticas por descifrar. Ese afán por literalizar las metáforas es genial, o de meterse como personaje sin que venga al caso en un relato al final como en “Música de cabaret”, y esa profusión de temas donde sobresalen los fantasmas, el mar, los trasatlánticos. Hablamos de un narrador que no se toma en serio, que se divierte, que usa la ironía como otro lenguaje invisible que sostiene al que se lee. Tario es un autor de la posibilidad, los tiempos hipotéticos siempre serán otra historia. Nietzscheano, ese relato La noche del buque náufrago, sobre el barco suicida, es hermoso, y parece glosarlo a él mismo: “conozco todos los vicios del hombre; las brumas de la ajusticia; el orden de los astros. Lo conozco todo y decidí sucumbir”, porque parece que lo define a él mismo. Un escritor que dejó el lugar a Fuentes, siendo mejor que él, a Rulfo con el que compite en calidad, a los que le precedieron avasallándolos a todos. Tario se atreve a finales sorpresivos que de tan fáciles, nadie lo haría pero a él le funcionan. Como en el cuento "El mar, la luna y los banqueros". En algunos lo obvio de tanto repetirse se vuelve atroz. Un novelista tan exigente, tan puro, que en "El jardín secreto" desplegó esto que dice: "Qué insólito resultaba aquel pájaro negro evolucionando en lo alto sobre un cielo gris de invierno. Y que insólita asimismo aquella ola amarilla que al ponerse el sol, aparecía a lo lejos como un gran barco y emprendía la marcha hacia la orilla." Y, "que enigmático aquel barco, posado sobre la misma ola, siempre el mismo, lejano y negro, sobre el mar blanco.. Y que persistente misterio en aquellas ráfagas de viento, durante los últimos días…"  Se otorga a sí mismo todas las licencias, hasta la cursilería como lo hace en "Yo de amores que sabía", y "Breve diario de un amor perdido", textos emotivos adrede.

Tario es un escritor lleno de mundo, de vida, de cosas qué decir y que encuentra caminos para regalarlos: uno, la música de piano, gran ejecutante; otro, el deporte, portero del Asturias; otro, empresario, con sus salas de cine, y principalmente, sus ficciones, sus poemas, sus reflexiones. Un poeta que sucumbió como el barco de marras, pero que lega una obra inmensa —por inabarcable, no por extensa—, que permite descubrir la vida a cada rato y nos sorprende como un eterno retorno a lo esencial de los reflejos fantasmas.

domingo, 4 de septiembre de 2011

NEBLINA MORADA, El chile es el aura de México

NEBLINA MORADA
El chile es el aura de México
Irving Ramírez

Y uno lleva su aura a todas partes. Qué curioso, tengo amigas en el extranjero, y lo que extrañan en primera instancia es el chile guisado de cualquier manera. En primera instancia ese es su anhelo. Hablaba con un argentino ayer, y me decía que en su patria el mate es algo comunitario, un deber social. El chile es algo parecido. Hermana las clases sociales, se despliega en su inmensa diversidad por el territorio, y por la química de cada ser de esta tierra. Su presencia es tan necesaria como una necesidad psíquica, se extraña, se busca, se persigue. En ninguna parte del mundo ese sentir agridulce logra un sentido tan profundo, habla quizá de ese malestar que gratifica. De ese leve masoquismo que nos hace sentirnos vivos. El de cera y el piquín verdaderos demonios del cuerpo, su ácido que discurre por las glándulas adormeciéndolas. Un adicto al chile, alguien que además se excede, sabe de esto, cuando la cara se duerme y hormiguea. Y qué decir de las salsas multicolores y profusas, rojas, verdes, negras, combinadas, con tomate, en molcajete molidas para abrazar la piedra en ese rito prehispánico indígena, nutriendo toda la cocina inmensa y variada de todo el territorio mexicano con las enchiladas, los chilaquiles, los caldos como el pozole, el chileatole, los diversos moles y guisos, el pipián, etc., y en todo tipo de comida nacional es base de toda una nomenclatura que suele ser endémica.

El chile es un sentir nacional, parte de la educación sentimental, y se confirma como un catecismo inusual. Nos acompaña desde temprano en la vida, y se agota con los años y la existencia vivida. Cuando alguien va al extranjero extraña sobre todo si es prolongada su estadía, dos cosas: El chile y la masa de maíz (en tortillas, gorditas, etc.). Muchos deciden volver o buscar una manera de conseguirlo, dicen que en Italia es considerado droga, y también en otros ámbitos ponderan sus cualidades medicinales, nutritivas, cuasi milagrosas.

Si Schopenhauer decía que el placer es la ausencia de dolor, y Nietzsche que había que sumergirse en el sufrimiento para resurgir fortalecidos, el chile sería una metáfora elocuente de esta condición. Un placer que lastima, un sabor que limpia con el quemante susurro de su magia. Digamos que una atmósfera será efímera, pero dotará de energías para adentrarse en el cuerpo, en el alma según el loco de Basilea, y allí hallará ese recuerdo de quién es este ser que requiere de esta centella para despertar.

El chile, perdón por el lugar común, es un símbolo. De hecho hasta la forma del país semeja un chile doblado. Una patria picante, con picardía. Una patria alegre, avispada, un país alerta. Y sobre todo sumergido en esa tragicomedia que en el espíritu logra lo que el chile en el estómago. Placer y dolor. Si en este país el melodrama es un estigma, ese acto masoquista del displacer que provoca placer con el picante es sintomático. Pero también es un correlato de la resistencia, del poder de soportar el fuego que se resbala. Arde el aura, arde el sosiego, y baila uno en pos del alivio pero en espera de volver a incendiar nuestro interior. Al fin y al cabo todos comen, poco o mucho, o son comidos por él.

Es un vicio que solo por enfermedad se abandona, una necesidad más allá del ritual alimenticio. Signo de identidad, en todas partes, del mexicano, refugio de la conciencia nacional, herencia ancestral de abuelos y de los pueblos originarios. Y por ello entiendo esa ansiedad y esa nostalgia de quienes emigran: el chile es patria, arraigo, raíz y memoria. Ah, que afortunados los que crecimos en este país con su compañía, y bebemos su néctar y sus ardores como un acto litúrgico que nos mete en la vida aun cuando emane algún tipo de letargo. El chile es destino. Es herencia. Acabará con la raza, es decir, no con su exterminio, el último mexicano morderá un chile xalapeño, oriundo de mi tierra, solo por una empacadora que había años ha, y que dio nombre a estos verdes sacrificios sin que realmente se cultive en demasía en estas tierras. Pero qué más da: xalapeños somos, y con los chiles nos presentamos.

lunes, 29 de agosto de 2011

Palomas négridas, por Arturo Jiménez y Roberto López Moreno

La vasta obra del poeta chiapaneco Roberto López Moreno se caracteriza por su sólida raigambre en la tradición popular, vinculada con los recursos de la poesía culta, uniendo dos mundos que usualmente en sus relaciones sociales se encuentran en extremos irreconciliables. Su amplio conocimiento de los recursos estilísticos le permite salvar las distancias que separan los diversos ámbitos culturales y líricos por los que su curiosidad y sensibilidad transitan, y así como suele trazar vínculos y acercamientos de diversa índole estilística en su poesía, también suele establecer relaciones con otros colegas, ya sea músicos, con quienes ha colaborado tanto en espectáculos para la escena como en la elaboración de proyectos musicales, ya sea poniendo él mismo la música a poesía suya o de otros autores, o rescatando para la memoria a autores poco conocidos pero que forman parte de nuestro imaginario cultural.

El poema que ahora compartimos con los visitantes de la página constituye un ejemplo admirable del amplio registro lírico del poeta, así como de su colaboración con otros colegas. Fruto de la colaboración entre el poeta chiapaneco y su colega de origen yucateco, Arturo Jiménez González, Palomas négridas es un poema que no sólo da fe de una larga amistad que se remonta a 1969, sino también de una afinidad particular entre dos poetas que escriben al alimón, verso a verso, este poema, elogio de la palabra y de la colaboración así como de la amistad.

El poema puede ser descargado en el siguiente enlace.




Además, en el siguiente video, pueden escuchar y ver a ambos poetas leer esta obra conjunta, leída aquí en el Teatro Carlos Pellicer, en Xochimilco, el pasado 19 de agosto, durante un festival lírico y homenaje al poeta chipaneco.



domingo, 28 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA. Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos

NEBLINA MORADA
Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos
Irving Ramírez

El lobo es un animal hermoso. Los territorios que puebla arengan su libertad y su intermitencia. Pocos seres son tan lunáticos con esa asociación ante la espera plateada que los ronda. Y su altivez que se pasea por continentes desde tiempos lejanos. El lobo es más que un canino, un bienhechor de ecosistemas, un villano natural, un acoso del miedo. Su espíritu mas allá de la leyenda es noble, sumamente amoroso con su prole, organizado en sus clanes que se mueven en pos del territorio.

El lobo aúlla con sentido, aprende desde temprano su fina identificación con la noche. Lobo que bebe de los estanques para mirarse y comprobar que no se ha modificado, lobo que en el humano asume la piel de un depredador de sí mismo. Por ello la pareja es primordial, una pareja que se reúna en la manada.

Pero los lobos que impregnan la vida del espíritu, esos que arrojan la sombra de su mirada electrizante, elaboran un dejo de lejanía que no se alía con lo salvaje sino con la soledad. Un lobo solitario es un nostálgico de manada. La soledad redime, la veloz escapatoria de sí mismo le dice que las hembras que lo necesitan son afines al clan. El lobo que además se hace hombre, vuelve a su condición natural. Deduciendo la escala y se reúne con los que a la luz de la luna le vieron desdibujarse.

Lobos somos todos, pero nunca lo sabemos. Los que huyen hacia la pradera hecha de quimera y sueños memorables, son los que poseen la huella de la metamorfosis. Luna que baña a la bestia, no para deshumanizarla, y dotarla de la destrucción, sino para dotar la fuerza del espíritu que se avecina hacia el futuro constructor. Un lobo verdadero teme a los temores, pero no ataca. Salva su integridad de bestia. Su aullido es el acuerdo ritual que estableció la luna, su patria vieja, para cuando cumpla sus castigos y regrese.

Esas mujeres que aprendieron a lidiar con manuales, que se sirvieron de una metáfora como de un manantial de fuerza, no conocían al lobo que las sigue. El lobo del corazón de intemperie, el lobo de la plateada ceremonia, el lobo que no ven pero que corre pero que cuida pero que impregna el sueño de certeza. Ser gregario que funge como centinela de la belleza en las colinas. Lobo de los misterios revelados, lobo sin rumbo en las ciudades nocturnas, lobo que se resiste a la antropofagia. Lobo que corre sin miedo ante el amor doblado, ¡lobo, lobo, lobo! que cimbra con sus heridas la libertad del rio, y en sus ojos marrones engendra la inocencia.

Lupo Malnaro, antropomorfo al que las ropas le estallan y sus colmillos le marcan para escoger su soledad. Cuántas canciones, cuántas películas, cuantas novelas esgrimieron tu figura como un juramento. Uno de los seres más bellos de la creación. Lobo de la pradera, lobo de la montaña, lobo de sí mismo en la ciudad canalla. Corre con ellas sin que lo noten, corre sin fin hacia la luna que llama, cántale que algún día asumirá la música que ofreces como un puente para la caricia.

Hombre Lobo, ya no sabes sino ser lo que no eres, ¿Hombre o bestia? Híbrido que se concentra en el sentido del apego a la lealtad sin fronteras; allí Colmillo Blanco, allí también San Francisco de Asís, allí el diálogo con los hombres justos, el ostracismo de raza y especie, la vulnerabilidad de un vínculo. Lobo que vuelto hombre huyes de ellos y como Hobbes lo dijo, eres el lobo para el hombre mismo. Y sin embargo, corres a contracorriente de la luz, en pos de ellas, en su órbita que silenciosamente acompañas como rayo de luna.

domingo, 21 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA: Mis finales de novela

NEBLINA MORADA
Mis finales de novela
Irving Ramírez

La vida se acaba muchas veces, las novelas solo una. Es decir: cada historia nuestra sucumbe y reiniciamos el diálogo con nuestra historia en un continuo renacimiento, empero las novelas derrumban su escenario y nos dejan ese sabor de lo inconcluso, porque: ¿no hay más lugar para los héroes que el silencio? No obstante, en ese sello abrupto que puede ser un rumbo, o la invitación para recrear otra historia lejos en nuestra mente, para dejarse acompañar por esos lustros, y perseguir los pasos de quienes nos dieron tal desasosiego, hallamos el ardor por los finales esenciales, y algunas novelas coronan ese ruido amargo, ese sinsabor de la mentira. Estos son los míos, los que me deleitan para acompañar mis horas y mis sueños. En el fondo todos los finales laceran.

Los que me marcan, que recorro son estos…

Al Margen, Andre Pieyre de Mandiargues. “Riéndose a grandes carcajadas de si mismo y de su desdicha, coloca contra su pecho, en el lugar preciso, el corto cañón del arma, aprieta el gatillo, y así se destroza el corazón”.

Rayuela de Julio Cortázar:”La Maga tiene una vida personal, aunque me haya llevado tiempo darme cuenta. En cambio yo estoy vacio, una libertad enorme para soñar y andar por ahí, todos los juguetes rotos, ningún problema”.

El Cuarteto de Alexandria. Lawrence Durrel: Sí, un día me encontré escribiendo con dedos temblorosos las cuatro palabras (¡Cuatro letras! ¡Cuatro rostros!)con las que todo artista desde que el mundo es mundo ha ofrecido su escueto mensajea sus congéneres. Las palabras que presagian simplemente la vieja historia de un artista maduro. Escribí. “erase que se era”.
Y sentí que el universo entero me daba un abrazo.

La Montaña Mágica. Thomas Mann. “Hubo instantes en que surgió en ti un sueño d amor, lleno de presentimientos-sueño que gobernabas-fruto de la muerte y la lujuria del cuerpo. De esta fiesta mundial de la muerte, de este terrible ardor febril que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo ¡se elevara algún día el amor?

Molloy. Samuel Beckett. No es este el problema, ¿es decir que ahora soy mas libre? No lo sé. Ya aprenderé. Entonces entre en casa y escribí. Es medianoche. La lluvia azota en los cristales. No era medianoche. No llovía.

Jardín Secreto. Francisco Tario. “pero esta vez ya no pudo ser, y debí perder el sentido. Y en tales circunstancias de aflicción y desventura, me vi obligado, esa mañana a abandonar y ya para siempre La Encina.

El Gran Gatsby. Scott Fitzgerald. Y así, seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado.

La Invención de la Soledad. Paul Auster. Encuentra otra hoja de papel. La coloca ante sí sobre la mesa y escribe estas palabras con su pluma:

Fue, nunca volverá a ser. Recuérdalo.

Ottilia Rauda. Sergio Galindo. Melquiades sonrió feliz. Más lo habría estado si hubiera sabido que al mismo tiempo iba a vengar la muerte de Monina.

La educación sentimental. Gustave Flaubert.

-Aquella fue la mejor aventura que corrimos -dijo Frederick.
-Sí, quizás aquellas fue la mejor aventura que corrimos -dijo Deslauriers.

Y el más memorable de todos, mi favorito con el que me identifico.

Papa Goriot. Honorato de Balzac. Rastignac dio algunos pasos hacia la parte alta del cementerio y vio Paris, tortuosamente extendió a lo largo de las dos orillas del Sena, donde comenzaban a brillar las luces. Sus ojos se clavaron casi con avidez entre la columna de la plaza Vendome y la cúpula de Los Inválidos, allí donde vivía aquel mundo esplendoroso en el que había querido introducirse. Lanzó sobre aquella colmena rumorosa una mirada con la que parecía gustar de antemano su miel, y pronuncio estas grandiosas palabras:

¡Ahora sí, Paris tú y yo frente a frente, nos veremos las caras!

Esto lo hizo después de enterrar a Papa Goriot y derramar una lágrima, siendo el único asistente puesto que ni sus hijas acudieron al sepelio. Allí enterró una vida, y tomó una decisión. Este final es un desafío, y es una prueba, y es un enterrar el pasado para atisbar el futuro: ¡genial!

Un final, en resumidas cuentas, es un comienzo de algo más. Y si se cierra un libro, se abre un capitulo nuevo en nuestra vida, con la enseñanza de la transformación y del arte.

Bueno, dejo mi pudor a un lado y meto dos mías: la inédita:

La mitad de la calle está en la lluvia:
Sentía emoción, estaba genuinamente vivo, y la sorpresa del furor del mundo me daba una sensación de sosiego. Así me sentía al menos, como alguien que permancería joven por siempre por la pura voluntad, por la pura ansia de eternidad. Había burlado el tiempo. Había dado un giro a la historia que él, el huésped etéreo melancólico sabía, de otra forma, hubiese sido desastrosa; y me preparaba para sortear la tormenta; como antes, como siempre; y a urdir esas tramas que esperaban el día.

Y la otra: Mi único sueño voluntario:
No te preocupes por mi, o por lo que pueda suceder, recuerda que tengo cerca el mar, que las noches limpian mejor que los recuerdos. Escribe y déjame descansar. No hay ruptura sin regreso, Y nosotros tuvimos la suerte de conocernos y encontrarnos, hay gente que nunca lo hace y vive la suerte equivocada. Nosotros pusimos la luz de nuestro lado, Idelfonso. Es tarde. Afuera todavía existen los asesinos. Cuídate. Y toma ese boleto a todas partes. Que nada te detenga. Suéñame. Porque el día nutre el descanso de tu frente querida y yo estaré allí cada vez que lo intentes.

domingo, 14 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA, Al faro

NEBLINA MORADA
Al faro
Irving Ramírez


¡Ah el faro: la gran luciérnaga!

Fascinante sitio que ha propiciado novelas, cuentos y películas memorables. El faro, como se sabe, es una torre en una isla o isleta o puerto que sirve para iluminar a intervalos la llegada de los barcos. No obstante, es más que eso: símbolo de la seguridad y la solidaridad de tierra adentro, emblema de la luz que se avecina a existencias azarosas, refugio de solitarios y de seres del mar. Un faro para solitarios es la poesía. Recuerdo que siempre de niño fantaseaba con habitar allí con mis gatos y mis libros y una máquina de escribir para crear una obra. Allí escuchando el rumor sensible del mar, allí entre los albatros y las lanchas a lo lejos, allí con la música necesaria que impregna ese obelisco.

La novela de Virginia Woolf Al faro, mi favorita de ella, narra la vida de una familia y la relación conflictiva de un hijo con el padre, y la excursión hacia el faro como deseo postergado del muchacho eternamente hasta la muerte del progenitor. El faro es el emblema fálico y real del poder patriarcal, y de la avasallante presencia del padre en la vida infantil que sufrieron Kafka, Broch y otros escritores. Ese inaccesible tránsito siempre prometido por el padre, es la imposible vía hacia la figura paterna también. La omnipresente presencia del autoritarismo, en estos casos.

Pero el faro es un tema para Tario y Becerra, dos escritores del mar; el uno narrador secreto, el otro poeta olvidado, ambos los mejores para mi gusto, en México. Lo usaron como metáfora, como teleología. En el cine La isla siniestra de Scorsese tiene en el faro el sitio de la revelación y la resolución del delirio del protagonista, y allí se desvela el autoengaño a que su locura le reciclaba.

Yo tengo una novela que termina en un faro, con el protagonista, escribiendo la historia al final en medio de una tormenta y oyendo "Forever Young" de Alphaville a todo volumen, y la historia de un vampiro que va a terminar allí sus últimos días en medio de la calma y la renuncia. Famoso es el faro de Alejandría, y otros, pero son lugares bellísimos, que auspician el aislamiento consentido, la presencia del guardián, del centinela de los adioses, aquel que ve los barcos sucumbir o arribar sin aspavientos, aquel que vigila la fuerza de las tormentas y que acalla la negrura de la noche con su rayo de silencio. Sí, el ser humano debería ser un faro iridiscente. Y sobre todo, capaz de iluminar su propia vida.

Los amaneceres en el mar son un prodigio, los ocasos la bendición de la vida. Allí los tonos rojizos, y la flama amarilla y naranja irrumpen con su revoloteo mercenario. O, como el gran José Carlos Becerra cuando dice: “…Sólo tu cuerpo puede iluminar la noche/sangrar de los cuatros costados de la oscuridad que pregunta/ sólo tu piel con intención de océano… Y es ella, pero es a la vez un faro”. O en la novela de Virginia Woolf en la parte final dice “James miró el faro. Podía distinguir las rocas blancas de espuma; la torre desnuda y derecha que llevaban unas barras blancas y negras; podía ver las ventanas, veía incluso la ropa lavada tendida sobre las rocas para secarse. Entonces ¿era esto el faro?... No; también eso otro era el faro. Pues nada es tan sólo una cosa; aquello otro también era el faro." El faro es además morada, hábitat de algún ser del mar, y se torna Ermita, buhardilla, torre de conexión con el cosmos; en él la tierra, el mar y el infinito acogen el destino legendario de una recepción humana a los viajeros. Termino con un fragmento de mi poema “Campo en desmemoria”:

Soy atónito en el aire
y las luciérnagas me ladran
busco en el pellejo de la tierra
un cráneo que alumbra a los viajeros
un faro que alumbra solitarios
el árbol de la espuma
la montaña sin nombre
los dedos cabalísticos
algo…

jueves, 11 de agosto de 2011

El poder del Estado contra Efraín Bartolomé, por José Manuel Recillas

La violenta entrada de un grupo de “policías federales” en casa del poeta Efraín Bartolomé en busca de armas es una prueba más de que en la llamada “guerra contra el narco” del presidente de la Nación, se ha perdido el rumbo –si es que alguna vez lo tuvo– y se dan sólo palos de ciego en busca de un enemigo de mil cabezas.

Al mismo tiempo, otro poeta, Javier Sicilia, señalaba, apenas con un día de diferencia, que se ha satanizado al Ejército en esta lucha contra el crimen organizado por parte del Estado desorganizado. Por más que la buena fe de un poeta clame por evitar ensuciar el “prestigio” de las fuerzas armadas, es evidente que desde 1968 el Ejército no tiene manera de limpiar su nombre, y jamás ha pedido disculpas institucionales por “seguir órdenes” y masacrar a población civil indefensa. Lo mismo podría decirse de la actual guerra contra el crimen organizado.

La violenta irrupción en casa del poeta Efraín Bartolomé es un argumento más en torno a la absoluta indefensión del ciudadano con respecto a la autoridad del Estado, que es la primera en violar las garantías individuales. No encontraron armas en casa del poeta, pero si hubieran buscado bien, seguro las habrían encontrado: plumas, hojas de papel en blanco, libros, he ahí las peligrosas armas en poder del escritor, que por la ignorancia supina de los cuerpos de “seguridad” del Estado no supieron reconocer.

Es obvio que ya no hay defensa posible frente al poder arbitrario del Estado, que como gallina sin cabeza, ataca a los ciudadanos de a pie, sin que medie investigación alguna ni orden de juez ninguno, de modo que el “imperio de la ley” tan cacareado por el presidente y sus subalternos simplemente no existe pues de origen, lo sabemos, jamás lo hubo.

En verdad esta llamada “guerra contra el crimen organizado” es una guerra perdida, y los defensores de la estrategia gubernamental sólo pueden atenerse a que las próximas víctimas no sean ellos, o sea alguien de su agrado, para así justificar lo injustificable. Y mientras eso ocurre, medios de comunicación, comunicadores, lamehuevos y lee-noticias se dedican a arrastrase tras la noticia de los probables candidatos a la Presidencia. Allí también se ve el desprecio del Cuarto Poder por el ciudadano de a pie.

Terrorismo contra Occidente, por José Manuel Recillas

Terrorismo contra Occidente
José Manuel Recillas

Pobrecito mi patrón,
cree que el pobre soy yo.
Alberto Cortés


El reciente atentando “terrorista” del grupo Individualidades Tendientes a lo Salvaje en un plantel del Tec de Monterrey parecería un acto fuera de lugar, especialmente porque México no es precisamente un país con desarrollos tecnológicos de vanguardia como podríamos imaginar. Pero el asunto me interesa no tanto por lo que estos “terroristas” “anarquistas” defienden, sino justamente por lo que los medios de comunicación, no menos que los aparatos de seguridad del Estado, han dicho de ellos.

La mayoría de los comentarios de periodistas, columnistas y lamehuevos de oficio se caracterizaron por su ligereza, torpeza y por su arbitrariedad. Desde la torpeza semántica de una Denise Maerker, que no acierta a dar pie con bola, y cita a Theodore Kaczynsky como antecedente de lo ocurrido en México, hasta el patético ejemplo de Martín Mendoza, en Radio Red, quien haciendo uso de habilidades tiranosáuricas para no tropezarse con su propia lengua o morir electrocutado con tanta baba, muestra su enciclopédica ignorancia, defendiendo rabiosamente la evolución tecnológica “que nos permite dominar nuestro entorno”.

El tono general hacia el atentado con bomba ha sido de descalificación, de tildar de “locos” a quienes decidieron enviar un artefacto casero contra el abuso de la tecnología, y arrastrados como Martín Mendoza ni siquiera entienden cómo es que alguien no podría sentirse beneficiado por vivir en un mundo tecnologizado en extremo como el que vivimos. Hay que estar loco para atentar contra las evidentes ventajas que el desarrollo tecnológico proporciona.

Pero lo que me llamó la atención en el caso del mencionado lamehuevos no fue solamente la vehemencia –que ya es característica inherente de los de su ralea– con la que defendió las ventajas de “dominar” –según él– nuestro entorno, sino algo más: este lengua de vaca profesional señaló que este ataque no era contra el poder (algún político o partido), contra grupos políticos, de algún estudiante resentido, y carecía de ideología (no es de izquierda ni de derecha, rebuznó el onagro).

La estupidez del arrastrado me pareció, como siempre en su caso, insultante. Ni por asomo se preguntó el por qué del hecho: simplemente tildó de locos a los integrantes de este grupo “anarquista”, dedicatoria con la que se descalifica a quien no se sienta agradecido por los beneficios del progreso.

Pero dado que este lamehuevos está más interesado en arrastrase ante cualquier poder, así sea intangible –¬en este caso el progreso–, no se percata de lo que sucede a su alrededor ni escucha sus propios rebuznos. Él cree, en su ignorancia enciclopédica, que no hay ideología ni orientación en estos ataques. Pero se equivoca. La fe en el progreso es una ideología, o para usar un término más sociológico, un sistema de creencia, y nació en Francia durante el llamado Siglo de las Luces, o Iluminismo.

Ya el mismo nombre nos indica este prejuicio de corte eurocéntrico de suponer que serán las luces las que iluminen al hombre para sacarlo de las tinieblas (o si se quiere ser muy platónico, de las cavernas), y que el conocimiento emanado de estas luces y de la razón conducirán al hombre al paraíso, más que la fe.

Pero esta fe en la razón no es menos supersticiosa que la fe a secas, y también tiene sus mártires y santos, e igual que aquella superstición que es la religión (“opio de los pueblos” la llamó, abusivamente, Marx), está basada en presupuestos insostenibles. Y en el mejor de los casos, en su nombre, “Progreso”, se han asesinado tantos seres humanos como en el caso de la defensa de la fe religiosa.

La idea de la emancipación del hombre de su eterna juventud e ignorancia, y de que el debate razonado llevará indefectiblemente al avance, y que todos los males y enfermedades serán salvados mediante el avance científico, no es menos absurdo que la confianza en una potencia divina todopoderosa y la ciega confianza en Su sabiduría. En ambos casos, se trata de una fe en algo que nadie ha visto y que no hay forma de comprobar.

Desde el Siglo de las Luces y desde la Revolución industrial, su corolario lógico, ni se han acabado los males, ni se han curado los padecimientos del hombre, y las matanzas de seres humanos, lejos de haber desaparecido, se han incrementado e industrializado, planificado meticulosamente. El término “limpieza étnica”, por ejemplo, es apenas un disfraz para ocultar el verdadero sentido de asesinato en masa, tal como Hitler lo hizo con los judíos, y como éstos lo hacen ahora con los palestinos.

La confianza en el progreso, la fe en que el avance tecnológico lo puede todo, es una fe tan absurda y ridícula como cualquier otra, e incluso, en un sentido narrativo, el conocimiento científico resulta empobrecedor. Tal fue mi propuesta, por ejemplo, en el establecimiento del marco argumental de la obra Sidereus nuncius que se estrenó en 2009 en la ciudad de México.

Dicha obra colectiva, pese a sus inherentes contradicciones –por ejemplo, el uso de tecnología de manipulación sonora de vanguardia para su representación, el uso de video de alta definición, rayos láser–, se basó en el siguiente argumento, que personalmente concebí:

Sidereus nuncius fue concebida como una lectura crítica de la obra original de Galileo, y en su concepción multidisciplinaria confluyen no sólo conceptos y vertientes estéticas diversas, sino también un deseo de oponerse al racionalismo secular y positivo que el pensamiento de Galileo inauguró. […] los elementos argumentales, que van desde el mito de la caverna de Platón y el gesto de Dios separando la luz de las tinieblas hasta la fundación de Babel y la multiplicación de las lenguas sobre el mundo, pasando por el mito de Ícaro hasta su evolución en el mito de Altazor, buscan ser una clave de lectura que invierta esta uniformidad de pensamiento que ve en el caos una desgracia y no el origen de la diversidad, y en la ciencia y el método científico reintroducido por Galileo el origen de la depredación del planeta.

Esto es exactamente lo que está detrás del atentado con bomba en el Tec de Monterrey: el rechazo no sólo a la tecnología avasalladora, sino a sus consecuencias: la depredación del planeta.

Señalé antes que el conocimiento científico es, en un nivel narrativo y emotivo, más empobrecedor que la narrativa mítica, incluso religiosa, que muchos racionalistas de petatiux (ateos en realidad) rechazan y califican de vejestorios y sin sentido. Pero no es así. Sólo piénsese en la siguiente comparación narrativa: los antiguos pueblos indígenas de México –y de casi cualquier lugar del mundo– consideraban que para todo había una deidad que hacía posible aquello: el crecimiento del maíz, por ejemplo, que estaba dominado por al menos cinco deidades. Y cada una de ellas estaba allí para que el hombre participara, y esta participación era indispensable, pues de otra manera no crecería el maíz. Había que conjurar al dios de la lluvia para que lloviera, y había que calmar al dios sol y reverenciar a la diosa luna, pues de lo contrario, el día no llegaría y la noche sería eterna. Esto es una narrativa emocional, enriquecedora, que relaciona al hombre con su medio y lo hace respetarlo. No es superchería. Pero la ciencia le dice al hombre moderno: no importa lo que hagas, la lluvia caerá, y no importa si haces sacrificios, sucederá, porque es un proceso físico de evaporación. Ni siquiera es necesario que lo veas, o que estés presente, de todas formas sucederá. Esto separa al hombre de la naturaleza, y le hace creer, como señalaba Martín Mendoza el lamehuevos –y muchos otros como él– que puede dominar su entorno. Esto se llama soberbia, locura, demencia, se llama eurocentrismo, positivismo, tecnologicismo, Frankeinstenismo.

Y todavía se preguntan estos lamehuevos cómo es posible que alguien no quiera vivir en ese mundo donde sólo falta el maná cayendo del cielo. Creen que los locos son aquellos que no aceptan las reglas del mundo hipertecnologizado y deshumanizado en el que viven. Pobrecitos. No entienden un carajo.

martes, 9 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA, La emergencia de lo místico

NEBLINA MORADA
La emergencia de lo místico
Irving Ramírez


En tiempos en que la realidad se ha vuelto más virtual que la imaginación, que muchas cosas suceden lejos de la experiencia corporal, y que la aspiración es tocar esos objetos reales cada vez más exclusivos, cada vez más inaccesibles, cada vez más saturados del valor de la riqueza material, reaparece un nuevo designio humano: el nuevo misticismo. La espiritualidad que por un lado hace posible la poesía, por otro la filosofía amenazadas en estos tiempos oscuros, como en otras épocas, se rebelan y revelan como subversiones extrañas. Ha habido perennemente portadores de la luz interior, pienso en Tolstoi y su cruzada mística por la tierra rusa, en libertadores y en estadistas, en filósofos como Kieerkegaard, Wittgenstein, Benjamin, que apelando a un estadio religioso definieron una ruta del pensamiento moderno, sobre todo en las corrientes del ser. La poesía ha tenido esa cualidad de proveer de signos y sentido al espíritu, ha obrado como purificadora y como expiadora, ha esgrimido su talante teleológico, utópico, desde el romanticismo. Si el sinsentido aflora con la brutal embestida de la especulación financiera, con el sistema fincado en la ganancia y el flujo del dinero y la preponderancia de los negocios por sobre el bienestar humano, estamos ante esa cacería de lo irreal.

Paradójicamente, lo real es eso inaprehensible que religiones, filosofías, toman como eje de su naturaleza. Si hay la proclividad para desaparecer la poesía, la filosofía, y enturbiar y pervertir la religión, entonces la escalada es contra la espiritualidad. El hombre de hoy es menos espiritual, porque serlo no es cool. Hay la idea de los egoísmos como corolario de la vida moderna. Es tanta la desconfianza en la religiosidad que propicia burla, descalificaciones, escepticismo, y rechazo. Ya Kierkegaard en el siglo XIX decía que el hombre sin espiritualidad se ha convertido en una máquina parlante. Todo está permitido con tal de obtener lo que se desea. Esta espiritualidad en un sentido colinda con la inocencia. No de la ausencia de pecado y culpa, términos judeocristianos, sino con la esencia del ser. El amor, así como la aspiración de trascendencia, el sentimiento del tiempo, tienen que ver con esto. No es fortuito que la resistencia en el mundo provenga de seres espirituales. Reconstruir el humanismo, el ideario de búsqueda atañe a los artistas, a los padres, a los líderes. Pensar en un mundo mejor, donde el valor de todo, de las cosas y las personas proviene de su esencia, es, me parece, ese reducto intocado que aún se conserva en muchos.

Huelga decir que el cinismo es una constante, que los jóvenes rehúyen mirar hacia sí mismos, que nadie hace actos de contrición, que purificase por dentro es tarea de ascetas, budistas, y fanáticos. Que volver a los valores familiares, a la utopía toda, a la conexión con la naturaleza, al respeto por lo creado es irrelevante. Y, sin embargo, lo que empieza a gestarse es precisamente una respuesta a esto.

Es lógica esta revuelta de lo interno, ese apego a la solidez de lo invisible. Quienes pugnan por el amor real, por la obcecada tarea de interesarse por el otro, sea cuáles fuesen los resultados, optan por esta vindicación de lo secular y la restitución de cierta armonía perdida en el diálogo del universo. El espíritu, en estos tiempos, tiene la palabra. Y hablo del espíritu de las cosas mismas también, de los hechos públicos, de la mirada de cambio y de la enseñanza del perdón. La inteligencia es también una creencia: el punto en que la fe y la reflexión pueden coincidir. Son los puntos que unen, la instancia que trasciende y que instaura un poco de eternidad en la mirada.

domingo, 24 de julio de 2011

NEBLINA MORADA: Walter Benjamin, Narrador


En mayo de este año, tanto en este mismo espacio como en el blog hermano Crítica musical en México, publicamos, dos veces, un magnífico ensayo de nuestro amigo investigador y periodista Roberto García Bonilla en torno a la polifacética figura intelectual de Walter Benjamin y su relación, honda y brillante, con la música, pues el propio Benjamin fue compositor y autor de un polémico ensayo filosófico llamado Sociología de la música, y que es un clásico, aunque no sea propiamente sociología lo que en sus páginas desarrolla sino una cierta filosofía de la música. El ensayo apareció en dos versiones. Aquí mismo, en su versión íntegra, con numerosas notas a pie de página, para su descarga, en tanto en el blog hermano en una versión reducida para su lectura en directo. Ahora Irving Ramírez nos entrega una breve reflexión sobre otro aspecto, menos conocido, del gran filósofo alemán: su veta literaria como narrador. Para la consulta del otro trabajo, remitimos al enlace que aparece al inicio de esta presentación.

NEBLINA MORADA
Walter Benjamin, Narrador
Irving Ramírez

Hay una conexión entre su pensamiento crítico y filosófico y su narrativa. Si en el primero, la originalidad es escueta y esencial, donde prevalece la revelación que nunca termina y se queda abierta en la mente del lector, en sus cuentos y relatos recogidos en Historias y Relatos de Editorial Aleph, sucede lo mismo. Walter Benjamin en cada texto es un desafío a la lógica, y una introducción a los laberintos misteriosos de la vida. Sus relatos contados hasta con desenfado, pero con una prosa fina y exacta, narran esa parcela de lo absurdo, de lo reflexivo que linda lo filosófico, de la ironía natural. Precursor de la importancia de la imagen, traza estos retratos que en él devienen conceptos; su sentido de la sustracción lo lleva a
decantar sus relatos hasta hacerlos parecer inconclusos o truncos; sin embargo, en ese afán por el boceto hay una idea de un mundo incompleto de que toda historia nunca es conclusiva, como la realidad misma.

Theodor W Adorno, su discípulo y amigo, decía de él que “sus frases apelaban no a la revelación, sino a un tipo de experiencia que únicamente se distinguía del general por el hecho de que no respetaba las restricciones y prohibiciones a las que normalmente se somete la conciencia dirigida”. En uno de sus relatos por ejemplo, “Tener buena mano”, una charla sobre el juego es un dechado de análisis sobre la naturaleza del mismo, allí dice que es algo antinatural, que se trata del deseo referido a un futuro lejano y que se busca sentirlo de inmediato; que es cortejar el destino, y narra varias sorprendentes anécdotas; dice que un jugador de suerte actúa instintivamente, como cualquier persona en un momento de peligro creado artificialmente, y el cuerpo debe salir adelante sin contar con la cabeza.

Otro cuento es sobre los carnavales en Niza, donde diserta sobre la inocencia y la divide como dos esferas de absoluta inocencia, y ambas están situadas en la frontera en que nuestra estatura normal deja paso a lo gigantesco o lo diminuto; todo humano está afectado de culpabilidad afirma uno de sus personajes. El lenguaje se cierne sobre estas historias con su fuerza poética dicha como al pasar “las arrugas de la noble resignación”, o “cada siglo que pasa las cosas se vuelven más extrañas”. En ellas prevalece el engaño, el subterfugio, o donde los objetos adquieren un cariz mágico o revelador o hay parábolas judías, alegorías, hasta la experiencia con el hachís en ese cuento célebre “La Historia del fumador de Hachís”, donde menciona a Baudelaire, uno de sus autores dilectos. Cuentos como “El pañuelo”, “Una tarde de viaje”, “La advertencia”, “La muralla”, son exquisitos. Sorprende esta capacidad poco conocida del filósofo por la narrativa, donde no desmerece a sus otros textos, acaso con más vida hubiese podido crear una obra muy intensa y vasta, su capacidad de observación es legendaria, su afición por el detalle, su memoria erudita. Y, todo al servicio de esta prosa que en su parquedad gana en tensión y en efectividad.

Benjamin esculpe un universo satírico, donde lo menos que logra es la sonrisa del lector con su ingenio y malicia. Este libro desvela pues, el aura de las comicidades y de la poesía y nos las devuelve con su calidad de espejo intemporal y de inmutable belleza, como en el cuento “La Luz”, donde anota: “Esta luz -pensé- no les dice nada a quienes la tienen delante de sus ojos todas las noches, pero a mí, forastero en este lugar, me dice muchas cosas […] la luz que antes había divisado al nivel del suelo, era la luz de la luna, que ya se alzaba lentamente sobre las colinas lejanas”.

martes, 19 de julio de 2011

NEBLINA MORADA: Agustín Cadena: Los ritos de la mujer y sus universos prolíficos

NEBLINA MORADA
Agustín Cadena: Los ritos de la mujer y sus universos prolíficos
Irving Ramírez

Al leer un libro de Agustín Cadena (y cultiva casi todos los géneros: novela, cuento, poesía, ensayo), uno halla una constante que lo define: la presencia de la mujer como universo plurisignificante. El misterio vuelto mito, o trasvasado por la inaprensible naturaleza que lo desplaza. Su libro de cuentos Ritos de inocencia (Feta 1994), ya anunciaba esa recurrencia, pero asimismo, poseía el vuelo de la madurez temprana, solo había publicado una plaqueta en 1993 Orgía de palomas. Pero es en la narrativa donde adquirirá ese territorio propicio para su expresión literaria. Los cuentos de este volumen son tan intensos, elaborados con tal maestría que, acaso, superan a otros más recientes donde nuestro autor vira hacia temas más universales y mitológicos, los contenidos en el libro Fábulas del crepúsculo, editado por Ficticia en 2003.

Hablamos de dos periodos distintos, el primer libro es coloquial, de temas sencillos, pero tratados magistralmente con harta inteligencia y muy sugerentes, poseen eso que se llama ambigüedad, y la destreza de permitir inferir más allá de sus tramas, un desenlace, un motivo, una interpretación. Los segundos, hurgan en la tradición, en la erudición, y se adentran más en terrenos intelectuales, interesantes sí, pero encaminados a un lector más avezado e informado. Algunos con raíz épica. Intemporales. Pero prevalece esa idea de lo femenino; dice por ejemplo en el cuento “La isla”: “La homosexualidad femenina —se dijo en aquellos días— es necesaria para los hombres: nos impide olvidar que hay áreas de la existencia de la mujer absolutamente inaccesibles para nosotros”. En el primer libro, el cuento “Los gatos”, es espléndido, relaciona la pareja de gatos de una casa con la relación de sus amos humanos, y es tal el entretejido de la acción que uno se confunde sobre a quién se refiere, ambos practican la misma conducta. Escribe, por ejemplo: “Nos entendemos con miradas (ya es hora de que te vayas), con gestos (tengo hambre, tengo sed, quiero hacer el amor), con gruñidos (no hagas eso), con silencios (hoy no quiero hacer el amor)”. ¿Los humanos o los gatos?

En su vasta obra, la novela juega un papel predominante, allí ensaya diversas formas narrativas: la novela negra, el subgénero erótico, la Bildungsroman, etc. La lepra de San Job, que sigue el paso de una mujer a la que asocia con la ciudad y se vuelve obsesión en el protagonista, Y es Londres: un homenaje a Dickens, a la novela inglesa. Con su dosis de tensión urgente.

La otra novela que quiero comentar es Tan oscura, editada por Joaquín Mortiz/Planeta, esta es en la ciudad de México, un trío amoroso, donde llevan al límite su relación extraña. Julia se prestará al juego y como Paul Ree, Nietzsche y Lou Andreas Salomé, dejará que afloren las bajas pasiones de los tres, los rencores, las disputas, las rivalidades, y las experiencias límite en un juego de poder y seducción. Y otra vez es la mujer el eje alrededor del que gira toda la trama.

Agustín Cadena ha escrito libros para niños, no solo cultivó la inocencia subvertida de su primer libro de cuentos, sino que apeló a la inocencia original de los infantes con esa novela también, sobre el gato, otro de sus temas predilectos: La guerra de los gatos, que narra la lucha de clases entre los mininos. En su delicioso libro de ensayos Gordasm feas y chismosas, editado por Arlequín, continúa con su tema favorito, la mujer, y la trata con respeto a pesar de entrar al terreno de la parodia, el universo femenino de la mujer, y lo hace con solvencia; anota, por ejemplo: “La culturista, en cambio, utiliza el gimnasio para olvidar la precariedad de su cuerpo. En griego narcisismo, proviene de la misma raíz que narcosis. La narcisista contempla su cuerpo —la parte más superficial y perecedera de su ser— para olvidar que va a perderlo. En cambio la mujer gorda, olla redonda, nube grávida, ámpula de dulzor, está vacunada contra el narcisismo, y contra los remilgos de la espiritualidad. Su cuerpo luce inflamado de amor y, gracias a él, disfruta intensamente los placeres de la gula y de la carne (both meat and flesh), inaccesibles al estoicismo vegetariano”.

Trata temas como la fealdad, la gordura, el maquillaje, y el chisme. Sus aportes eruditos y críticos son harto punzantes. No obstante, en esta obra que apela al mundo femenino en su diversidad semántica, deja la idea de lo inacabado. Son solo aproximaciones, atisbos que nos permiten, acaso, acceder de manera más profunda al mundo fascinante femenino, de manera punzante y critica pero que acerca lo incognoscible de esta naturaleza de la mujer que se diversifica y se multiplica en interpretaciones ambiguas y contradictorias, pero asaz fascinantes.

Agustín Cadena nació en Ixmiquilpan, Hidalgo, en 1963. Novelista, cuentista, ensayista, poeta y traductor, además de profesor universitario de literatura. Ha publicado más de veinte libros y ha colaborado en más de cincuenta publicaciones de diversos países. Premio Nacional Universidad Veracruzana 1992, Premio de los Juegos Florales de Lagos de Moreno 1998, Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1998, Premio Netzahualcóyotl del Gobierno de Hidalgo 2000, Premio Timón de Oro 2003, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2004, Premio Nacional de Cuento José Agustín 2005, Premio de Poesía Efrén Rebolledo 2011. Parte de su obra ha sido antologada y traducida al inglés, al italiano y al húngaro. Cadena impartirá el curso “Historia del Adulterio en la Literatura” del 1 al 5 de agosto en la Escuela de Escritores y Cinematografía Sergio Galindo de la SOGEM-Xalapa, cupo limitado.

domingo, 10 de julio de 2011

NEBLINA MORADA: Sexto aniversario de la Escuela de Escritores Sergio Galindo de la SOGEM-Veracruz

NEBLINA MORADA
Sexto aniversario de la Escuela de Escritores Sergio Galindo de la SOGEM-Veracruz
Irving Ramírez



Fue el año 2005 cuando se inició el proyecto de ofrecer a los veracruzanos una oportunidad para adentrarse en el mundo de la literatura sin necesidad de titulo universitario. Comenzó como una secuela de la fundada en Torreón unos años antes. Se trataba de una buhardilla por el mercado de la Rotonda en Xalapa, donde se gestó una dinámica interesante; allí llegaron escritores de renombre a impartir cursos y talleres como Ana García Bergua de novela, Mario González Suarez de novela, Eduardo Casar de narrativa, Efraín Bartolomé de poesía, Alberto Chimal de cuento fantástico, Armando González Torres de crítica literaria, y artistas locales como los legendarios Paco Beverido, Abraham Oceranski, Laura Moss en teatro, y Malva Flores en poesía, y José Luis Martínez Suárez en poesía. Han surgido más de 4 generaciones de alumnos, han ganado premios y becas, han publicado en revistas y suplementos, han terminado un libro. En este lapso hemos organizado lecturas de poesía, de cuento, mesas redondas, ciclos de cine, obras de teatro, bailes ochenteros, tocadas de trova, participado en las ferias del libro de la universidad veracruzana e infantil y juvenil del IVEC. Se lee como en ningún lugar en el estado, se discute, se fraterniza. Los maestros jóvenes son una garantía: Emmanuel Ruiz el más antiguo, Fidel Carlón Solís, Alexandro Arana O., Ana Balderrama, Angélica López Macías, Elsa Leticia Arguelles, Bertin Ortega, Axayacatl Castañeda, Enrique González, Nelly Torres, etc. Desde hace un año contamos con el suplemento literario Jardín Secreto que publica textos de los alumnos en todos los géneros, y de escritores de trayectoria.

La escuela ahora en el barrio de Xallitic en el centro histórico (Juan Álvarez núm. 1, esquina con Salonio), es ya una referencia. Se han impartidito aparte del diplomado, cursos ya permanentes de filosofía contemporánea, una materia amenazada y necesarísima que está al alcance de toda la población, redacción avanzada que se centra en la práctica constante de la escritura, la aplicación de reglas de gramática y sintaxis, y la elaboración de documentos y textos, el curso de guion de cine y cortometraje que ya ha generado un banco de guiones con una calidad aceptable. Y, la aceptación de la comunidad del estado, han llegado alumnos de Córdoba, Puerto de Veracruz, Perote. Misantla, Altotonga, Coatepec, que viajan cada semana para participar. La diversidad de alumnos es sorprendente: maestros, abogados, médicos, arquitectos, contadores, empleados, comerciantes, amas de casa, estudiantes, funcionarios, etc. Y las edades desde niños para los talleres infantiles hasta adolescentes y adultos y gente madura. Se han impartido cursos de cine, de dirección, de actuación, de encuentre, de producción por especialistas entre ellos, Ricardo Benet, Miguel Ángel Llera, Daniel Arteaga Ruiz, Fabrizio Prada, Aarón Campos., y Beatriz Novaro, siendo la primera escuela de cine del estado de Veracruz.

La escuela sobre todo ha mantenido un espíritu libre, propositivo, de intensa actividad creadora, hecha por xalapeños, ha crecido y mantenido una calidad. El diplomado en creación literaria, retoma su horario entre semana los lunes y martes, y continua el tradicional del sábado, allí se llevan talleres base de cuento, novela, poesía, guion que cada semestre especializan sus contenidos, redacción, filosofía, dramaturgia, historia del arte, ahora corrección de estilo, y diseño editorial, y novela corta, poesía moderna europea, un seminario de El Quijote, entre muchas otras. El reto es que escriban, escriban y escriban, que corrijan que ensayen técnicas y formas, que conozcan la teoría de la novela, la poesía, el cuento, que devoren a los maestros. Estos años se han formado grandes lectores, y no pocos escritores que realizan su work in progress. Celebraremos con un curso de Agustín Cadena, quien viene de Bélgica, La historia del adulterio en la literatura, y que con él reiniciamos la invitación a escritores de renombre para cursos breves. Asimismo, realizaremos un baile retro ochentero en agosto para dar la bienvenida al nuevo semestre y conmemorar esta fecha mágica nuestra. El diplomado que inicia en agosto ya está en periodo de inscripción todo este mes. Gracias a los veracruzanos que son grandes lectores, y buenos escritores y que enriquecen este noble proyecto alternativo. Nuestro deber es: amueblar el silencio, porque la literatura es el lugar más entrañable de la existencia.

domingo, 3 de julio de 2011

NEBLINA MORADA: El amor y los filósofos

NEBLINA MORADA
El amor y los filósofos
Irving Ramírez

Un tema proscrito de la filosofía ha sido el amor. Tal vez por su naturaleza personal y diversa, por su ascendencia democrática, por su evanescencia, y considerársele vulgar, no fue considerado por nadie, salvo Platón con su mito del andrógino original y la busca de la mitad pérdida, esa nostalgia que permea en todos, o su reaparición en Giordano Bruno, que lo definía como un amor metafísico, o la radical y conservadora de Schopenhauer que remitía su aparición solo como pretexto para la reproducción y la preservación de la especie. En tiempos nuevos, Roland Barthes lo estudió como una estructura de poder y lo fragmentó en relatos. El amor como algo marginal e irrecuperable. Incluso desterrado del ámbito del conocimiento, de la inteligentsia. Sin embargo, quien refrescó la reflexión sobre este sentimiento y dotó de una nueva mirada, tal vez muy polémica, es el extraordinario filósofo austriaco Otto Weininger, más conocido por ser el profeta de la misoginia y el antisemitismo, pero que creó una plataforma conceptual muy vasta sobre los seres humanos modernos. Y el amor fue uno de sus ejes.

Su postura es altamente inquietante, dice por ejemplo que el amor es la ausencia de deseo sexual, que incluso se contraponen, que quien ama no desea, y quien desea no ama. Que cuando alguien ama, busca en el otro lo que hay de sí mismo, es decir, se ama en el otro. Con estos dos conceptos dinamita las certezas más añejas de Occidente sobre el amor. Es un revolucionario, sus tesis las desarrolla con harta lucidez y ejemplifica. Ese libro brillante, Sexo y carácter que escribió a los 22 años y que lo encumbró entre los más importantes filósofos de la modernidad, habría de prevalecer por mucho tiempo como un ejercicio de criba filosófica, y lo erigió como filosofo maldito. Dice cosas tan extrañas e interesantes como estas: “la atracción sexual crece con la proximidad corporal, el amor es más fuerte en ausencia de la persona amada, necesita de la separación, de una cierta distancia para subsistir… Existe también el amor platónico, aun cuando lo nieguen los profesores de psiquiatría.” Su postura erradica los matices, y además, va contra el psicoanálisis, del que fue contemporáneo. Por ello Karl Kraus lo admiraba, y todos esos grandes hombres lo respetaban, incluso el mismo Freud. Llega a afirmaciones como esta: “la idea trascendental del amor, si es que existe, sólo puede darse en el amor hacia el valor infinito, esto es hacia lo absoluto, hacia Dios, o en la forma de amor hacia la belleza absoluta y sensible de la naturaleza en su conjunto (panteísmo); el amor a una cosa en particular, incluso a la mujer, es ya una decadencia de la idea, una culpa”.

Siguiendo esta idea, la película Los amantes de María, de Konchalovski, sería un ejemplo: el esposo que persiguió a la mujer años, al casarse con ella no puede tocarla y prefiere huir dejándola con el ardor del sexo intacto. La ama tanto que no puede mancillarla. Esto quizá explicaría la infidelidad de algunos: aman a su mujer pero desean a otras, separan los ámbitos. Por eso Don Juan y Casanova serían dos paradigmas de la concupiscencia, que no del amor. Buscan afanosamente el amor pero ignoran que no está alojado en el sexo y por eso se pierden en la diversidad y la frustración. O, tal vez su desgracia sea —anota— que aquellos que en nada se interesan, tienen incapacidad para el amor.

Weininger concibió esta obra maestra a los 22 años, a los 23 se suicidaría en cuarto de hotel donde murió Beethoven. Se le recuerda por su antisemitismo, por su misoginia acendrada, y por su brillantez filosófica. Sus tesis sobre el amor, en general, merecen ser discutidas. Termino con una de sus ideas: “El amor es la suprema y más vigorosa manifestación de la voluntad para adquirir un valor, por esto se manifiesta en él más que en ninguna otra cosa del mundo la verdadera esencia del ser humano, que oscila entre el espíritu y el cuerpo, entre la sensualidad y la moralidad, y que participa de la divinidad y de la animalidad. Solo cuando ama el hombre es tal como es. Así se explica que muchos individuos comiencen a creer en el propio Yo y en el Tú ajenos tan solo cuando aman”.

Yo creo que el amor es más que un sentimiento: filosofía intrínseca, filosofía inmanente, filosofía inocente y autónoma, que emplaza a la reflexión de un cuerpo y una conciencia más allá de si misma.

lunes, 27 de junio de 2011

NEBLINA MORADA, Bakr Fansa y su pathos solitario

NEBLINA MORADA
Bakr Fansa y su pathos solitario
(De Hierofanías a la escaramuza del color)
Irving Ramírez

Podemos creer al observar un cuadro de Bakú Fansa que nuestro sueño no ha terminado, o al menos que la ensoñación del poeta que tanto preocupa a Gaston Bachelard, nos ha marcado de alguna forma sin darnos cuenta. Pero mirar un cuadro de Bakr es un enfrentamiento perpetuo con la fantasía, digna de un relato de las Mil y una noches. Ciertamente, acaso para nuestra cultura occidental sea un poco desconcertante esta revelación del color como trasunto de nuestra psique, de lo profundo que se guarece en nuestro laberinto onírico inconsciente. Por lo demás, entrar a ese mundo es revivir la infancia, emigrar a ese espacio que desnuda más la cultura oriental, de donde es originario Bakr (Siria, África),
esa sensibilidad metafísica, plena de religiosidad, de deseo por abarcar el absoluto (el espacio infinito, en este caso), y que, no obstante, también, está plagada de encuentros más con la naturaleza (lo concreto, lo real), que la cultura occidental. Fansa reúne en su poética el sincretismo de, por un lado, la herencia clasicista, y por otro, la vanguardia (el surrealismo) así como la ya mencionada cultura árabe (tal vez inconsciente); así, el resultado en su pintura es un trabajo con trazos nada académicos, más bien producto de eso que se llama comúnmente inspiración, de un estado de trance creador, de captura de la intuición del instante, del colapso del tiempo que se detiene, se dinamiza, y se tiende a lo largo y ancho de la emoción.


Siempre los espacios aéreos como para volver a esa ordalía quimérica de todas las religiones, esa sublevación de nuestros pesares; y por consiguiente, esa fijación humana por alterar el ritmo del mundo y poder integrarse al espacio siempre abierto que todo lo esparce y desintegra para reunirlo de nuevo en el ojo; ese camino hacia el todo que tanto obsesionó a Fernando Pessoa, el poeta portugués, el poeta de la vista, para quien los demás sentidos solo son acompañantes del ver; en esa filosofía (absorber el mundo) está inscrito Bakr, que con la posibilidad de lo imposible logra abrirnos otra puerta hacia el mundo exterior, que es una proyección del mundo interior. Sus cuadros tienen mucho del misterio de su cultura árabe, revelaciones plásticas, y ese afán por aprehender los espacios aéreos, los cielos, las cumbres, los caminos, así como figuras de otro tiempo y los mantos; sus paisajes son de tal minuciosidad que se rebelan a la pintura, es una realidad domada, exquisita, potenciada en un preciosismo que lo exalta. Las antorchas, las torres, como laberintos de la vida y la muerte, en fin… Fansa establece todo como un mundo binario: el fuego, el agua; la noche, el día; el mal o la inocencia; el amor y el desamor, todo como un relato esplendoroso que se enciende al mirar.

Sus temas fantásticos han llamado la atención de críticos y coleccionistas de arte en el extranjero, Francia e Inglaterra, entre otros, no así en nuestro país, de donde es naturalizado puesto que vive en Coatepec, suburbio de Xalapa, y antes en la Pitahaya, que aparece en varios cuados suyos. Ya es mexicano, es amigable, entrañable, inocente, lo que se revela en su obra. Ex publicista, educado en Inglaterra, y reeducado en los suburbios de Xalapa. Bakr le hizo un retrato al desaparecido rey Faad de Arabia Saudita, quien lo mandó a traer ex profeso. Es un artista solitario. Sin grupo, sin representante, que trabaja arduamente en la construcción de una obra singular. La pasión de su trabajo lo define, su experiencia pasa por etapas. Su obra, dispersa ya por el mundo, difícilmente se reúne para una exposición. Y ajusto un poema de Blaise Cendrars a su obra:


El instituto meteorológico anunció mal tiempo
no hay futurismo
no hay simultaneidad
Bodin quemó a todas las brujas
no hay nada
no hay más que horóscopos y hay que trabajar
estoy inquieto

El espíritu…

lunes, 20 de junio de 2011

NEBLINA MORADA, Clown, por Irving Ramírez

NEBLINA MORADA

Clown
Irving Ramírez



Contra lo que se piensa, no es fácil ser payaso en estos tiempos. Efectivamente el humorismo involuntario reina, sobre todo en la vida social (política, medios electrónicos, deporte), empero, la profesión del clown es difícil. Payaso no es aquel que se maquilla para repetir chistes gastados, o en este país de doble sentido, tampoco el que requiera de las maneras gastadas de joder al de junto. La profesión de la máscara que abunda en todo el mundo para recordarnos que reír es un privilegio, que fuera de todo sino abrumador, existe el refugio de la risa. Hay toda una leyenda sobre los payasos, desde la vida en los circos, hasta la cada vez más recurrente fobia de niños a quienes les inspira terror desde la película de Eso, basada en una novela de Stephen King. Los circos serían su hábitat natural, donde son pilares, y en varios países dignifican este oficio. Sin embargo, en la película Sombras y niebla de Woody Allen, el magnífico John Malcovich encarna a un payaso tétrico y mezquino, en medio de una guerra pasional entre los demás miembros de la carpa. Quien se metió en su mundo y realizó una cinta espléndida fue Fellini en Los payasos, echando mano al mundo carnavalesco, a la magia que pueden crear, al desdoro que incitan, a la recreación del ridículo humano como parte concomitante a su naturaleza. Y sobre todo, en un homenaje surrealista de esta pátina que permea no pocos de sus filmes, entre la sátira, la ironía, la parodia, y el delirio.

Los semi y cuasi payasos que abordan el servicio urbano para deprimir con sus sainetes vulgares y misóginos y homofóbicos a la concurrencia, son endémicos de los países pobres (no les queda de otra). Cualquiera que se maquille puede subirse al tren de la parodia, con resultados contrarios: un lastimero y degradante espectáculo que repele. Los televisivos tampoco se libran de esta estulticia, Brozo, por ejemplo, y su abandono del espíritu del clown para posesionarse de un animador mercenario.

El payaso y el lugar común de que es un hombre triste, es una falacia; un verdadero payaso lo es incluso sin maquillaje, lo es en la cotidianidad, lo es de mil maneras. Y si la risa es su contacto, prevarica un antídoto feroz contra la tristeza: es un se feliz, que goza haciendo reír y riendo él mismo, todo el tiempo. Nació así, una vocación. Ni siquiera necesita el disfraz para manifestarse. Puede encarnar en el cómico, sucedáneo del payaso pero sin la chispa exagerada y grandilocuente de éste. Heinrich Boll, el Premio Nobel alemán, compuso su novela Opiniones de un payaso, en la que Hans Schnier, un payaso en desgracia, llama por teléfono a mucha gente para desahogarse, su mujer lo ha dejado, está en bancarrota, y reflexiona sobre su vida, no sin cierta ironía y harta lucidez; me recuerda a Cesare Pavese, desde su hotel en Turín, buscando una mujer que al salir con él, le impida suicidarse: lo que hará al final. Lo importante de nuestro payaso es que él se apega a la crítica social, y desmenuza el régimen alemán surgido de la debacle nazi, en la socialdemocracia. Allí pone el acento con su ácida ironía. El rictus del maquillaje oligofrénico se expande quizá hasta El Guasón, payaso psicótico que pugna por el mal. En esa simbiosis, entre el mimo y el clown, entre el actor y el cómico, se desplaza el personaje. Un profesional con preparación en todos los órdenes; seria labor la de hacer reír a la masa.

En tierras aztecas, payaso es un insulto. Y se olvida la categoría del juglar, del bufón en la Edad Media: su genealogía. El clown es un espejo de nuestra ridiculez amnésica. El envés de la vida ordinaria. Al reírnos de él, nos reímos de nosotros sin saberlo. La risa es un don que todos aprecian, pero pocos provocan. Krusty, el payaso de los Simpson, encarna en el canalla, ventajista, deleznable ser que no oculta sus vicios tras la máscara. Un clown serio es un acróbata, un inteligente improvisador, un malabarista, un mimo, y un histrión. Nietzsche lo decía: todo lo que es profundo ama la máscara. Su cuerpo es el escenario de la hipérbole, y de la sinrazón transfigurada. Algunos poseen la pátina mordaz de la poesía.

sábado, 18 de junio de 2011

Mi posición ante el Premio Príncipe de Asturias en Letras 2011 a Leonard Cohen, por José Manuel Recillas

MI POSICIÓN ANTE EL PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS EN LETRAS 2011 A LEONARD COHEN
José Manuel Recillas

Hace unos días se anunció que el cantante, poeta y novelista canadiense Leonard Cohen se había hecho acreedor al Premio Príncipe de Asturias en Letras. Este prestigioso galardón es el más importante del planeta, después del Premio Nobel que se da en Suecia cada año.

El Príncipe de Asturias no es como los Grammys latinos que los hispanoparlantes hicieron en Estados Unidos en virtud que el Grammy real, el único realmente importante, ignoraba paladinamente, año tras año, y lo sigue haciendo, a los artistas comerciales que cantan en español. Al gringo gringo el Grammy latino le importa un bledo porque él no habla español, y si los idiotas hispanoparlantes van a pagar por usar el nombre del premio original para darse entre ellos un reconocimiento que en los hechos carecede importancia, pues bienvenido el dinero. Pero el Grammy latino (como el original) carece de cualquier prestigio y de cualquier relevancia. Tampoco es como el llamado Premio Nobel de Economía, que stricto sensu no existe; se trata en realidad de un premio de economía que está asociado a la Academia Sueca de Ciencias y Artes, y que se entrega en la misma fecha, y que aquélla anuncia a la manera de un maestro de ceremonias invitado.

El Príncipe de Asturias fue creado para reconocer los aportes que en diversos ámbitos, incluido el deportivo, por ejemplo, hagan individuos o instituciones al mundo, y es, en ese sentido, el galardón que contempla un mayor número de disciplinas, incluidas la economía y las ciencias sociales, y todas con el mismo rigor.

Que este 2011 se le haya otorgado a alguien que es más conocido y admirado en el mundo por su labor como eso que ahora llamar cantautor es un evento digno de llamar la atención. Quiero fijar mi postura frente a este reconocimiento a uno de los iconos populares más importantes del mundo.

No es la primera vez que el galardón lo obtiene una figura de este tipo. Ya en 2007, y para sorpresa de muchos, y enojo de muchos otros también, lo había obtenido Bob Dylan, y en la misma categoría que hoy la recibe Cohen: Letras. Lejos de rasgarme las vestiduras y protestar, me parece digno de encomio que en tan poco tiempo dos personalidades tan importantes reciban el mismo premio, incluso en mi caso, como alguien que no siente particular interés por lo que hace Leonard Cohen, hacia cuyas canciones nunca me he sentido particlarmente cercano ni con quien me identifico en sentido alguno.

El premio de Letras a dos escritores de canciones es de enorme importancia porque en ambos casos significa, además del dinero y el prestigio implícitos, el reconocimiento (y esto lo saben mejor los sociólogos que los llamados "intelectuales", al menos en México) de que la cultura popular no es muy diferente de la cultura de elite y que, de hecho, sin la primera no existiría la segunda. Esto lo sabían muy bien los músicos renacentistas, Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler y también poetas como César Vallejo y Federico García Loca. Desde una perspectiva social, significa también que todo un apartado de la cultura underground del último medio siglo, o más, en el caso de Dylan, finalmente adquiere una respetabilidad que le había sido negada por una buena parte de la cultura de elite. No hay que ir muy lejos para ver con qué desprecio olímpico no pocos de nuestros "intelectuales", o escritores en revistas como Nexos o Letras Libres, ni siquiera ocultan su desprecio por esta clase de artistas, escriban sus canciones en inglés o lo hagan en español, sino que lo exponen con una impudicia digna de mejor causa.

Pondré un solo ejemplo de cómo esta cultura popular ha sido vista con desprecio por nuestros escritores y pensadores. Hace más o menos un año, Miguel Salmón del Real me hizo ver una entrevista que Jorge Volpi dio a una revista, en la que el novelista mexicano hablaba de que su sueño era ser director de orquesta. No dijo que quisiera ser guitarrista de un grupo de rock, sino específicamente director de orquesta. No es, por cierto, el único caso; pero recuerdo que le dije a nuestro egregio amigo que me parecía que ese "sueño" volpiano era explicable en función de una aspiración de corte juvenil a la que casi ninguno escapa.

En efecto, cuando uno es adolescente o un jovenzuelo, y cae en las dulces garras de la música, la mayoría caemos en las del rock, y no hay imagen icónica más seductora que la de cualquier gran guitarrista: Jimmy Page, Angus Young, Eric Clapton, Jimmy Hendrix, Tom Scholz, you name it, son virtuosos deslumbrantes de su instrumento, y su carisma resulta casi irresistible --de allí que, por ejemplo, se haya inventado la guitarra imaginaria, el instrumento ideal mediante el cual cualquiera de nosotros nos unimos, desde la sala o la recámara de nuestra casa, a nuestros ídolos y tocamos los mismos solos de guitarra que ellos; más recientemente, se inventó el juego Guitar Hero para poder practicar de manera más cercana este placentero ejercicio musical.

Pero este sueño adolescente muy pronto termina cuando uno crece y debe enfrentarse a la vida diaria y ganarse el pan diario. El adolescente puede darse el lujo de identificarse con un greñudo sudoroso y maloliente que corre por el escenario haciendo toda clase de desmanes, incluido el de destruir su instrumento, por ejemplo, porque del adolescente no se espera nada más que sea adolescente y pase pronto a la siguiente etapa de la vida. Pero el sueño de tocar la guitarra como un profesional siempre queda en cualquiera de nosotros. No es difícil ver en el transporte público gente con sus audífonos tocando la guitarra imaginaria o haciendo redobles de batería o llevando el ritmo, y a veces incluso cantando. Pero aquel que se decide por la vida intelectual, no puede menos que ver con desconfianza a ese greñudo que toca la guitarra, y es natural que busque un icono que le quede, y ese es el del director de orquesta.

Para cualquier psicólogo, especialmente si es freudiano, las connotaciones fálicas en uno y otros ejemplo resultarían evidentes, pero su opinión en este momento no nos importa. Lo que importa en ambos casos es que hay una confusión semántica con lo que uno escucha y el placer que proporciona, y lo que se requiere para que ese placer sea posible. En ambos casos, algo que es enormemente difícil, es ocultado por la maestría inrterpretativa. Más aún, en el caso del área intelectual, la posible identificación con el director de orquesta se debe a que se piensa que es muy fácil dirigirla: sólo hay que mover las manos. Pero en ambos casos lo que se pierde de vista es que detrás de cualquiera de estas dos actividades, hay un ejercicio intelectual y técnico de no escaso mérito.

De modo que otorgarle el más importante premio internacional a Leonard Cohen, no menos que a Bob Dylan en 2007, no sólo le otorga la respetabilidad que a esta profesión se le había negado desde el ámbito intelectual de elite, sino que además reivindica todo un movimiento cultural con el que millones de jóvenes de cuerpo y de espíritu se identifican. Más aún, abre las puertas para que otros artistas similares pudiesen obtener tal distinción, como podrían serlo Joan Manuel Serrat o Silvio Rodríguez, iconos culturales tan importantes como Dylan o Cohen.

Y quiero señalar algo que es importante sobre este premio y reconocimiento de la cultura popular, de aquellos que escriben canciones. Hoy, los poetas o pensadores de elite pueden ver con desprecio este premio a Cohen o a Dylan porque escriben simples canciones, pero la tradición musical occidental empezó, justamente, con simples canciones. No otra cosa son los madrigales renacentistas. Su variante inglesa se llamaba simplemente así: songs, canciones. John Dowlnad, uno de los compositores más importantes del temprano barroco inglés, escribió algunas de las más notables songs de todos los tiempos, y compararlo con lo que han hecho Bob Dylan o Leonard Cohen, no menos que lo que han hecho Lennon & McCartney, Taupin y Elton John, sería ignorar ese hecho histórico simple y llano. Las óperas, que tanto gustan a los operópatas, como los llama Manuel Yrízar, no son otra cosa que canciones en ristre (o "talento apilado", como lo llamó un amigo) puestas en escena apoyando una historia de fondo.

Decir, como lo acabo de hacer, que al otorgarle el premio Príncipe de Asturias a Leonard Cohen es reivindicar todo un movimiento cultural del último medio siglo es apenas una verdad a medias. Significa, también, recordar que al hombre occidental (no menos que al oriental, pero conocemos mejor nuestra tradición occidental) le gusta y le da un enorme placer cantar, y que el aspecto sonoro del canto está presente tanto en la música como en la poesía desde el Renacimiento italiano, y que no es casual que las dos formas que surgieron en ambas disciplinas tengan un nombre tan rotundo como sonoro: sonata en música, y soneto en poesía. Ambos términos hacen referencia a lo que suena: la palabra y la música. Y esa tradición que empezó en la Italia del Renacimiento, y entre cuyos egregios representantes se encuentra Vincenzo Galileo, el padre de Galilei, es el resultado de una lectura equivocada (pero que Harold Bloom diría adecuada o correcta) de la tradición griega del teatro y su intento por restablecerlo como modelo a seguir. De esa lectura de la tradición antigua surgieron las primeras óperas y los madrigales que autores como Banchieri y Monteverdi nos legaron, y las relaciones entre poetas que colaboraban con compositores no se ha interrumpido desde entonces. Las schubertiadas, por ejemplo, durante el romanticismo, son algunas de las más memorables veladas en las que Franz Schubert, un compositor especialmente dotado para la melodía y la comprensión de los textos líricos, compuso algunas de las más bellas canciones de los últimos 300 años, basadas en poemas de sus contemporáneos, con no menos rigor que lo que antes había hecho Monteverdi con poemas de Petrarca, y con no menos fortuna de lo que John Lennon y Paul McCartney hicieron en los años sesentas, o con la que los dos galarconados con el Premio Príncipe de Asturias de Letras, Bob Dylan y Leonard Cohen.

Y de esta amplia manera demuestro cómo es que ese desprecio que ciertos escritores entre nosotros no teme mostrar hacia esta clase de artistas es sólo el fruto de una ignorancia demencial, de un desconocimiento de la tradición lírico-musical de los últimos 500 años, y en última instancia, de un esnobismo absoluto, de una posición que resulta del todo insostenible si sólo toma en consideración como válida la llamada cultura de elite. Este premio, sin más, reivindica esa tradición que acabo de mencionar, entre la cual se encuentra, también, por si faltara algo, la de los juglares, que daban cuenta de su época a través de su arte popular y sin pretensiones. Esa es la verdadera importancia del Premio Píncipe de Asturias a Leonard Cohen.