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lunes, 29 de agosto de 2011

Palomas négridas, por Arturo Jiménez y Roberto López Moreno

La vasta obra del poeta chiapaneco Roberto López Moreno se caracteriza por su sólida raigambre en la tradición popular, vinculada con los recursos de la poesía culta, uniendo dos mundos que usualmente en sus relaciones sociales se encuentran en extremos irreconciliables. Su amplio conocimiento de los recursos estilísticos le permite salvar las distancias que separan los diversos ámbitos culturales y líricos por los que su curiosidad y sensibilidad transitan, y así como suele trazar vínculos y acercamientos de diversa índole estilística en su poesía, también suele establecer relaciones con otros colegas, ya sea músicos, con quienes ha colaborado tanto en espectáculos para la escena como en la elaboración de proyectos musicales, ya sea poniendo él mismo la música a poesía suya o de otros autores, o rescatando para la memoria a autores poco conocidos pero que forman parte de nuestro imaginario cultural.

El poema que ahora compartimos con los visitantes de la página constituye un ejemplo admirable del amplio registro lírico del poeta, así como de su colaboración con otros colegas. Fruto de la colaboración entre el poeta chiapaneco y su colega de origen yucateco, Arturo Jiménez González, Palomas négridas es un poema que no sólo da fe de una larga amistad que se remonta a 1969, sino también de una afinidad particular entre dos poetas que escriben al alimón, verso a verso, este poema, elogio de la palabra y de la colaboración así como de la amistad.

El poema puede ser descargado en el siguiente enlace.




Además, en el siguiente video, pueden escuchar y ver a ambos poetas leer esta obra conjunta, leída aquí en el Teatro Carlos Pellicer, en Xochimilco, el pasado 19 de agosto, durante un festival lírico y homenaje al poeta chipaneco.



domingo, 28 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA. Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos

NEBLINA MORADA
Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos
Irving Ramírez

El lobo es un animal hermoso. Los territorios que puebla arengan su libertad y su intermitencia. Pocos seres son tan lunáticos con esa asociación ante la espera plateada que los ronda. Y su altivez que se pasea por continentes desde tiempos lejanos. El lobo es más que un canino, un bienhechor de ecosistemas, un villano natural, un acoso del miedo. Su espíritu mas allá de la leyenda es noble, sumamente amoroso con su prole, organizado en sus clanes que se mueven en pos del territorio.

El lobo aúlla con sentido, aprende desde temprano su fina identificación con la noche. Lobo que bebe de los estanques para mirarse y comprobar que no se ha modificado, lobo que en el humano asume la piel de un depredador de sí mismo. Por ello la pareja es primordial, una pareja que se reúna en la manada.

Pero los lobos que impregnan la vida del espíritu, esos que arrojan la sombra de su mirada electrizante, elaboran un dejo de lejanía que no se alía con lo salvaje sino con la soledad. Un lobo solitario es un nostálgico de manada. La soledad redime, la veloz escapatoria de sí mismo le dice que las hembras que lo necesitan son afines al clan. El lobo que además se hace hombre, vuelve a su condición natural. Deduciendo la escala y se reúne con los que a la luz de la luna le vieron desdibujarse.

Lobos somos todos, pero nunca lo sabemos. Los que huyen hacia la pradera hecha de quimera y sueños memorables, son los que poseen la huella de la metamorfosis. Luna que baña a la bestia, no para deshumanizarla, y dotarla de la destrucción, sino para dotar la fuerza del espíritu que se avecina hacia el futuro constructor. Un lobo verdadero teme a los temores, pero no ataca. Salva su integridad de bestia. Su aullido es el acuerdo ritual que estableció la luna, su patria vieja, para cuando cumpla sus castigos y regrese.

Esas mujeres que aprendieron a lidiar con manuales, que se sirvieron de una metáfora como de un manantial de fuerza, no conocían al lobo que las sigue. El lobo del corazón de intemperie, el lobo de la plateada ceremonia, el lobo que no ven pero que corre pero que cuida pero que impregna el sueño de certeza. Ser gregario que funge como centinela de la belleza en las colinas. Lobo de los misterios revelados, lobo sin rumbo en las ciudades nocturnas, lobo que se resiste a la antropofagia. Lobo que corre sin miedo ante el amor doblado, ¡lobo, lobo, lobo! que cimbra con sus heridas la libertad del rio, y en sus ojos marrones engendra la inocencia.

Lupo Malnaro, antropomorfo al que las ropas le estallan y sus colmillos le marcan para escoger su soledad. Cuántas canciones, cuántas películas, cuantas novelas esgrimieron tu figura como un juramento. Uno de los seres más bellos de la creación. Lobo de la pradera, lobo de la montaña, lobo de sí mismo en la ciudad canalla. Corre con ellas sin que lo noten, corre sin fin hacia la luna que llama, cántale que algún día asumirá la música que ofreces como un puente para la caricia.

Hombre Lobo, ya no sabes sino ser lo que no eres, ¿Hombre o bestia? Híbrido que se concentra en el sentido del apego a la lealtad sin fronteras; allí Colmillo Blanco, allí también San Francisco de Asís, allí el diálogo con los hombres justos, el ostracismo de raza y especie, la vulnerabilidad de un vínculo. Lobo que vuelto hombre huyes de ellos y como Hobbes lo dijo, eres el lobo para el hombre mismo. Y sin embargo, corres a contracorriente de la luz, en pos de ellas, en su órbita que silenciosamente acompañas como rayo de luna.

domingo, 21 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA: Mis finales de novela

NEBLINA MORADA
Mis finales de novela
Irving Ramírez

La vida se acaba muchas veces, las novelas solo una. Es decir: cada historia nuestra sucumbe y reiniciamos el diálogo con nuestra historia en un continuo renacimiento, empero las novelas derrumban su escenario y nos dejan ese sabor de lo inconcluso, porque: ¿no hay más lugar para los héroes que el silencio? No obstante, en ese sello abrupto que puede ser un rumbo, o la invitación para recrear otra historia lejos en nuestra mente, para dejarse acompañar por esos lustros, y perseguir los pasos de quienes nos dieron tal desasosiego, hallamos el ardor por los finales esenciales, y algunas novelas coronan ese ruido amargo, ese sinsabor de la mentira. Estos son los míos, los que me deleitan para acompañar mis horas y mis sueños. En el fondo todos los finales laceran.

Los que me marcan, que recorro son estos…

Al Margen, Andre Pieyre de Mandiargues. “Riéndose a grandes carcajadas de si mismo y de su desdicha, coloca contra su pecho, en el lugar preciso, el corto cañón del arma, aprieta el gatillo, y así se destroza el corazón”.

Rayuela de Julio Cortázar:”La Maga tiene una vida personal, aunque me haya llevado tiempo darme cuenta. En cambio yo estoy vacio, una libertad enorme para soñar y andar por ahí, todos los juguetes rotos, ningún problema”.

El Cuarteto de Alexandria. Lawrence Durrel: Sí, un día me encontré escribiendo con dedos temblorosos las cuatro palabras (¡Cuatro letras! ¡Cuatro rostros!)con las que todo artista desde que el mundo es mundo ha ofrecido su escueto mensajea sus congéneres. Las palabras que presagian simplemente la vieja historia de un artista maduro. Escribí. “erase que se era”.
Y sentí que el universo entero me daba un abrazo.

La Montaña Mágica. Thomas Mann. “Hubo instantes en que surgió en ti un sueño d amor, lleno de presentimientos-sueño que gobernabas-fruto de la muerte y la lujuria del cuerpo. De esta fiesta mundial de la muerte, de este terrible ardor febril que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo ¡se elevara algún día el amor?

Molloy. Samuel Beckett. No es este el problema, ¿es decir que ahora soy mas libre? No lo sé. Ya aprenderé. Entonces entre en casa y escribí. Es medianoche. La lluvia azota en los cristales. No era medianoche. No llovía.

Jardín Secreto. Francisco Tario. “pero esta vez ya no pudo ser, y debí perder el sentido. Y en tales circunstancias de aflicción y desventura, me vi obligado, esa mañana a abandonar y ya para siempre La Encina.

El Gran Gatsby. Scott Fitzgerald. Y así, seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado.

La Invención de la Soledad. Paul Auster. Encuentra otra hoja de papel. La coloca ante sí sobre la mesa y escribe estas palabras con su pluma:

Fue, nunca volverá a ser. Recuérdalo.

Ottilia Rauda. Sergio Galindo. Melquiades sonrió feliz. Más lo habría estado si hubiera sabido que al mismo tiempo iba a vengar la muerte de Monina.

La educación sentimental. Gustave Flaubert.

-Aquella fue la mejor aventura que corrimos -dijo Frederick.
-Sí, quizás aquellas fue la mejor aventura que corrimos -dijo Deslauriers.

Y el más memorable de todos, mi favorito con el que me identifico.

Papa Goriot. Honorato de Balzac. Rastignac dio algunos pasos hacia la parte alta del cementerio y vio Paris, tortuosamente extendió a lo largo de las dos orillas del Sena, donde comenzaban a brillar las luces. Sus ojos se clavaron casi con avidez entre la columna de la plaza Vendome y la cúpula de Los Inválidos, allí donde vivía aquel mundo esplendoroso en el que había querido introducirse. Lanzó sobre aquella colmena rumorosa una mirada con la que parecía gustar de antemano su miel, y pronuncio estas grandiosas palabras:

¡Ahora sí, Paris tú y yo frente a frente, nos veremos las caras!

Esto lo hizo después de enterrar a Papa Goriot y derramar una lágrima, siendo el único asistente puesto que ni sus hijas acudieron al sepelio. Allí enterró una vida, y tomó una decisión. Este final es un desafío, y es una prueba, y es un enterrar el pasado para atisbar el futuro: ¡genial!

Un final, en resumidas cuentas, es un comienzo de algo más. Y si se cierra un libro, se abre un capitulo nuevo en nuestra vida, con la enseñanza de la transformación y del arte.

Bueno, dejo mi pudor a un lado y meto dos mías: la inédita:

La mitad de la calle está en la lluvia:
Sentía emoción, estaba genuinamente vivo, y la sorpresa del furor del mundo me daba una sensación de sosiego. Así me sentía al menos, como alguien que permancería joven por siempre por la pura voluntad, por la pura ansia de eternidad. Había burlado el tiempo. Había dado un giro a la historia que él, el huésped etéreo melancólico sabía, de otra forma, hubiese sido desastrosa; y me preparaba para sortear la tormenta; como antes, como siempre; y a urdir esas tramas que esperaban el día.

Y la otra: Mi único sueño voluntario:
No te preocupes por mi, o por lo que pueda suceder, recuerda que tengo cerca el mar, que las noches limpian mejor que los recuerdos. Escribe y déjame descansar. No hay ruptura sin regreso, Y nosotros tuvimos la suerte de conocernos y encontrarnos, hay gente que nunca lo hace y vive la suerte equivocada. Nosotros pusimos la luz de nuestro lado, Idelfonso. Es tarde. Afuera todavía existen los asesinos. Cuídate. Y toma ese boleto a todas partes. Que nada te detenga. Suéñame. Porque el día nutre el descanso de tu frente querida y yo estaré allí cada vez que lo intentes.

domingo, 14 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA, Al faro

NEBLINA MORADA
Al faro
Irving Ramírez


¡Ah el faro: la gran luciérnaga!

Fascinante sitio que ha propiciado novelas, cuentos y películas memorables. El faro, como se sabe, es una torre en una isla o isleta o puerto que sirve para iluminar a intervalos la llegada de los barcos. No obstante, es más que eso: símbolo de la seguridad y la solidaridad de tierra adentro, emblema de la luz que se avecina a existencias azarosas, refugio de solitarios y de seres del mar. Un faro para solitarios es la poesía. Recuerdo que siempre de niño fantaseaba con habitar allí con mis gatos y mis libros y una máquina de escribir para crear una obra. Allí escuchando el rumor sensible del mar, allí entre los albatros y las lanchas a lo lejos, allí con la música necesaria que impregna ese obelisco.

La novela de Virginia Woolf Al faro, mi favorita de ella, narra la vida de una familia y la relación conflictiva de un hijo con el padre, y la excursión hacia el faro como deseo postergado del muchacho eternamente hasta la muerte del progenitor. El faro es el emblema fálico y real del poder patriarcal, y de la avasallante presencia del padre en la vida infantil que sufrieron Kafka, Broch y otros escritores. Ese inaccesible tránsito siempre prometido por el padre, es la imposible vía hacia la figura paterna también. La omnipresente presencia del autoritarismo, en estos casos.

Pero el faro es un tema para Tario y Becerra, dos escritores del mar; el uno narrador secreto, el otro poeta olvidado, ambos los mejores para mi gusto, en México. Lo usaron como metáfora, como teleología. En el cine La isla siniestra de Scorsese tiene en el faro el sitio de la revelación y la resolución del delirio del protagonista, y allí se desvela el autoengaño a que su locura le reciclaba.

Yo tengo una novela que termina en un faro, con el protagonista, escribiendo la historia al final en medio de una tormenta y oyendo "Forever Young" de Alphaville a todo volumen, y la historia de un vampiro que va a terminar allí sus últimos días en medio de la calma y la renuncia. Famoso es el faro de Alejandría, y otros, pero son lugares bellísimos, que auspician el aislamiento consentido, la presencia del guardián, del centinela de los adioses, aquel que ve los barcos sucumbir o arribar sin aspavientos, aquel que vigila la fuerza de las tormentas y que acalla la negrura de la noche con su rayo de silencio. Sí, el ser humano debería ser un faro iridiscente. Y sobre todo, capaz de iluminar su propia vida.

Los amaneceres en el mar son un prodigio, los ocasos la bendición de la vida. Allí los tonos rojizos, y la flama amarilla y naranja irrumpen con su revoloteo mercenario. O, como el gran José Carlos Becerra cuando dice: “…Sólo tu cuerpo puede iluminar la noche/sangrar de los cuatros costados de la oscuridad que pregunta/ sólo tu piel con intención de océano… Y es ella, pero es a la vez un faro”. O en la novela de Virginia Woolf en la parte final dice “James miró el faro. Podía distinguir las rocas blancas de espuma; la torre desnuda y derecha que llevaban unas barras blancas y negras; podía ver las ventanas, veía incluso la ropa lavada tendida sobre las rocas para secarse. Entonces ¿era esto el faro?... No; también eso otro era el faro. Pues nada es tan sólo una cosa; aquello otro también era el faro." El faro es además morada, hábitat de algún ser del mar, y se torna Ermita, buhardilla, torre de conexión con el cosmos; en él la tierra, el mar y el infinito acogen el destino legendario de una recepción humana a los viajeros. Termino con un fragmento de mi poema “Campo en desmemoria”:

Soy atónito en el aire
y las luciérnagas me ladran
busco en el pellejo de la tierra
un cráneo que alumbra a los viajeros
un faro que alumbra solitarios
el árbol de la espuma
la montaña sin nombre
los dedos cabalísticos
algo…

jueves, 11 de agosto de 2011

El poder del Estado contra Efraín Bartolomé, por José Manuel Recillas

La violenta entrada de un grupo de “policías federales” en casa del poeta Efraín Bartolomé en busca de armas es una prueba más de que en la llamada “guerra contra el narco” del presidente de la Nación, se ha perdido el rumbo –si es que alguna vez lo tuvo– y se dan sólo palos de ciego en busca de un enemigo de mil cabezas.

Al mismo tiempo, otro poeta, Javier Sicilia, señalaba, apenas con un día de diferencia, que se ha satanizado al Ejército en esta lucha contra el crimen organizado por parte del Estado desorganizado. Por más que la buena fe de un poeta clame por evitar ensuciar el “prestigio” de las fuerzas armadas, es evidente que desde 1968 el Ejército no tiene manera de limpiar su nombre, y jamás ha pedido disculpas institucionales por “seguir órdenes” y masacrar a población civil indefensa. Lo mismo podría decirse de la actual guerra contra el crimen organizado.

La violenta irrupción en casa del poeta Efraín Bartolomé es un argumento más en torno a la absoluta indefensión del ciudadano con respecto a la autoridad del Estado, que es la primera en violar las garantías individuales. No encontraron armas en casa del poeta, pero si hubieran buscado bien, seguro las habrían encontrado: plumas, hojas de papel en blanco, libros, he ahí las peligrosas armas en poder del escritor, que por la ignorancia supina de los cuerpos de “seguridad” del Estado no supieron reconocer.

Es obvio que ya no hay defensa posible frente al poder arbitrario del Estado, que como gallina sin cabeza, ataca a los ciudadanos de a pie, sin que medie investigación alguna ni orden de juez ninguno, de modo que el “imperio de la ley” tan cacareado por el presidente y sus subalternos simplemente no existe pues de origen, lo sabemos, jamás lo hubo.

En verdad esta llamada “guerra contra el crimen organizado” es una guerra perdida, y los defensores de la estrategia gubernamental sólo pueden atenerse a que las próximas víctimas no sean ellos, o sea alguien de su agrado, para así justificar lo injustificable. Y mientras eso ocurre, medios de comunicación, comunicadores, lamehuevos y lee-noticias se dedican a arrastrase tras la noticia de los probables candidatos a la Presidencia. Allí también se ve el desprecio del Cuarto Poder por el ciudadano de a pie.

Terrorismo contra Occidente, por José Manuel Recillas

Terrorismo contra Occidente
José Manuel Recillas

Pobrecito mi patrón,
cree que el pobre soy yo.
Alberto Cortés


El reciente atentando “terrorista” del grupo Individualidades Tendientes a lo Salvaje en un plantel del Tec de Monterrey parecería un acto fuera de lugar, especialmente porque México no es precisamente un país con desarrollos tecnológicos de vanguardia como podríamos imaginar. Pero el asunto me interesa no tanto por lo que estos “terroristas” “anarquistas” defienden, sino justamente por lo que los medios de comunicación, no menos que los aparatos de seguridad del Estado, han dicho de ellos.

La mayoría de los comentarios de periodistas, columnistas y lamehuevos de oficio se caracterizaron por su ligereza, torpeza y por su arbitrariedad. Desde la torpeza semántica de una Denise Maerker, que no acierta a dar pie con bola, y cita a Theodore Kaczynsky como antecedente de lo ocurrido en México, hasta el patético ejemplo de Martín Mendoza, en Radio Red, quien haciendo uso de habilidades tiranosáuricas para no tropezarse con su propia lengua o morir electrocutado con tanta baba, muestra su enciclopédica ignorancia, defendiendo rabiosamente la evolución tecnológica “que nos permite dominar nuestro entorno”.

El tono general hacia el atentado con bomba ha sido de descalificación, de tildar de “locos” a quienes decidieron enviar un artefacto casero contra el abuso de la tecnología, y arrastrados como Martín Mendoza ni siquiera entienden cómo es que alguien no podría sentirse beneficiado por vivir en un mundo tecnologizado en extremo como el que vivimos. Hay que estar loco para atentar contra las evidentes ventajas que el desarrollo tecnológico proporciona.

Pero lo que me llamó la atención en el caso del mencionado lamehuevos no fue solamente la vehemencia –que ya es característica inherente de los de su ralea– con la que defendió las ventajas de “dominar” –según él– nuestro entorno, sino algo más: este lengua de vaca profesional señaló que este ataque no era contra el poder (algún político o partido), contra grupos políticos, de algún estudiante resentido, y carecía de ideología (no es de izquierda ni de derecha, rebuznó el onagro).

La estupidez del arrastrado me pareció, como siempre en su caso, insultante. Ni por asomo se preguntó el por qué del hecho: simplemente tildó de locos a los integrantes de este grupo “anarquista”, dedicatoria con la que se descalifica a quien no se sienta agradecido por los beneficios del progreso.

Pero dado que este lamehuevos está más interesado en arrastrase ante cualquier poder, así sea intangible –¬en este caso el progreso–, no se percata de lo que sucede a su alrededor ni escucha sus propios rebuznos. Él cree, en su ignorancia enciclopédica, que no hay ideología ni orientación en estos ataques. Pero se equivoca. La fe en el progreso es una ideología, o para usar un término más sociológico, un sistema de creencia, y nació en Francia durante el llamado Siglo de las Luces, o Iluminismo.

Ya el mismo nombre nos indica este prejuicio de corte eurocéntrico de suponer que serán las luces las que iluminen al hombre para sacarlo de las tinieblas (o si se quiere ser muy platónico, de las cavernas), y que el conocimiento emanado de estas luces y de la razón conducirán al hombre al paraíso, más que la fe.

Pero esta fe en la razón no es menos supersticiosa que la fe a secas, y también tiene sus mártires y santos, e igual que aquella superstición que es la religión (“opio de los pueblos” la llamó, abusivamente, Marx), está basada en presupuestos insostenibles. Y en el mejor de los casos, en su nombre, “Progreso”, se han asesinado tantos seres humanos como en el caso de la defensa de la fe religiosa.

La idea de la emancipación del hombre de su eterna juventud e ignorancia, y de que el debate razonado llevará indefectiblemente al avance, y que todos los males y enfermedades serán salvados mediante el avance científico, no es menos absurdo que la confianza en una potencia divina todopoderosa y la ciega confianza en Su sabiduría. En ambos casos, se trata de una fe en algo que nadie ha visto y que no hay forma de comprobar.

Desde el Siglo de las Luces y desde la Revolución industrial, su corolario lógico, ni se han acabado los males, ni se han curado los padecimientos del hombre, y las matanzas de seres humanos, lejos de haber desaparecido, se han incrementado e industrializado, planificado meticulosamente. El término “limpieza étnica”, por ejemplo, es apenas un disfraz para ocultar el verdadero sentido de asesinato en masa, tal como Hitler lo hizo con los judíos, y como éstos lo hacen ahora con los palestinos.

La confianza en el progreso, la fe en que el avance tecnológico lo puede todo, es una fe tan absurda y ridícula como cualquier otra, e incluso, en un sentido narrativo, el conocimiento científico resulta empobrecedor. Tal fue mi propuesta, por ejemplo, en el establecimiento del marco argumental de la obra Sidereus nuncius que se estrenó en 2009 en la ciudad de México.

Dicha obra colectiva, pese a sus inherentes contradicciones –por ejemplo, el uso de tecnología de manipulación sonora de vanguardia para su representación, el uso de video de alta definición, rayos láser–, se basó en el siguiente argumento, que personalmente concebí:

Sidereus nuncius fue concebida como una lectura crítica de la obra original de Galileo, y en su concepción multidisciplinaria confluyen no sólo conceptos y vertientes estéticas diversas, sino también un deseo de oponerse al racionalismo secular y positivo que el pensamiento de Galileo inauguró. […] los elementos argumentales, que van desde el mito de la caverna de Platón y el gesto de Dios separando la luz de las tinieblas hasta la fundación de Babel y la multiplicación de las lenguas sobre el mundo, pasando por el mito de Ícaro hasta su evolución en el mito de Altazor, buscan ser una clave de lectura que invierta esta uniformidad de pensamiento que ve en el caos una desgracia y no el origen de la diversidad, y en la ciencia y el método científico reintroducido por Galileo el origen de la depredación del planeta.

Esto es exactamente lo que está detrás del atentado con bomba en el Tec de Monterrey: el rechazo no sólo a la tecnología avasalladora, sino a sus consecuencias: la depredación del planeta.

Señalé antes que el conocimiento científico es, en un nivel narrativo y emotivo, más empobrecedor que la narrativa mítica, incluso religiosa, que muchos racionalistas de petatiux (ateos en realidad) rechazan y califican de vejestorios y sin sentido. Pero no es así. Sólo piénsese en la siguiente comparación narrativa: los antiguos pueblos indígenas de México –y de casi cualquier lugar del mundo– consideraban que para todo había una deidad que hacía posible aquello: el crecimiento del maíz, por ejemplo, que estaba dominado por al menos cinco deidades. Y cada una de ellas estaba allí para que el hombre participara, y esta participación era indispensable, pues de otra manera no crecería el maíz. Había que conjurar al dios de la lluvia para que lloviera, y había que calmar al dios sol y reverenciar a la diosa luna, pues de lo contrario, el día no llegaría y la noche sería eterna. Esto es una narrativa emocional, enriquecedora, que relaciona al hombre con su medio y lo hace respetarlo. No es superchería. Pero la ciencia le dice al hombre moderno: no importa lo que hagas, la lluvia caerá, y no importa si haces sacrificios, sucederá, porque es un proceso físico de evaporación. Ni siquiera es necesario que lo veas, o que estés presente, de todas formas sucederá. Esto separa al hombre de la naturaleza, y le hace creer, como señalaba Martín Mendoza el lamehuevos –y muchos otros como él– que puede dominar su entorno. Esto se llama soberbia, locura, demencia, se llama eurocentrismo, positivismo, tecnologicismo, Frankeinstenismo.

Y todavía se preguntan estos lamehuevos cómo es posible que alguien no quiera vivir en ese mundo donde sólo falta el maná cayendo del cielo. Creen que los locos son aquellos que no aceptan las reglas del mundo hipertecnologizado y deshumanizado en el que viven. Pobrecitos. No entienden un carajo.

martes, 9 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA, La emergencia de lo místico

NEBLINA MORADA
La emergencia de lo místico
Irving Ramírez


En tiempos en que la realidad se ha vuelto más virtual que la imaginación, que muchas cosas suceden lejos de la experiencia corporal, y que la aspiración es tocar esos objetos reales cada vez más exclusivos, cada vez más inaccesibles, cada vez más saturados del valor de la riqueza material, reaparece un nuevo designio humano: el nuevo misticismo. La espiritualidad que por un lado hace posible la poesía, por otro la filosofía amenazadas en estos tiempos oscuros, como en otras épocas, se rebelan y revelan como subversiones extrañas. Ha habido perennemente portadores de la luz interior, pienso en Tolstoi y su cruzada mística por la tierra rusa, en libertadores y en estadistas, en filósofos como Kieerkegaard, Wittgenstein, Benjamin, que apelando a un estadio religioso definieron una ruta del pensamiento moderno, sobre todo en las corrientes del ser. La poesía ha tenido esa cualidad de proveer de signos y sentido al espíritu, ha obrado como purificadora y como expiadora, ha esgrimido su talante teleológico, utópico, desde el romanticismo. Si el sinsentido aflora con la brutal embestida de la especulación financiera, con el sistema fincado en la ganancia y el flujo del dinero y la preponderancia de los negocios por sobre el bienestar humano, estamos ante esa cacería de lo irreal.

Paradójicamente, lo real es eso inaprehensible que religiones, filosofías, toman como eje de su naturaleza. Si hay la proclividad para desaparecer la poesía, la filosofía, y enturbiar y pervertir la religión, entonces la escalada es contra la espiritualidad. El hombre de hoy es menos espiritual, porque serlo no es cool. Hay la idea de los egoísmos como corolario de la vida moderna. Es tanta la desconfianza en la religiosidad que propicia burla, descalificaciones, escepticismo, y rechazo. Ya Kierkegaard en el siglo XIX decía que el hombre sin espiritualidad se ha convertido en una máquina parlante. Todo está permitido con tal de obtener lo que se desea. Esta espiritualidad en un sentido colinda con la inocencia. No de la ausencia de pecado y culpa, términos judeocristianos, sino con la esencia del ser. El amor, así como la aspiración de trascendencia, el sentimiento del tiempo, tienen que ver con esto. No es fortuito que la resistencia en el mundo provenga de seres espirituales. Reconstruir el humanismo, el ideario de búsqueda atañe a los artistas, a los padres, a los líderes. Pensar en un mundo mejor, donde el valor de todo, de las cosas y las personas proviene de su esencia, es, me parece, ese reducto intocado que aún se conserva en muchos.

Huelga decir que el cinismo es una constante, que los jóvenes rehúyen mirar hacia sí mismos, que nadie hace actos de contrición, que purificase por dentro es tarea de ascetas, budistas, y fanáticos. Que volver a los valores familiares, a la utopía toda, a la conexión con la naturaleza, al respeto por lo creado es irrelevante. Y, sin embargo, lo que empieza a gestarse es precisamente una respuesta a esto.

Es lógica esta revuelta de lo interno, ese apego a la solidez de lo invisible. Quienes pugnan por el amor real, por la obcecada tarea de interesarse por el otro, sea cuáles fuesen los resultados, optan por esta vindicación de lo secular y la restitución de cierta armonía perdida en el diálogo del universo. El espíritu, en estos tiempos, tiene la palabra. Y hablo del espíritu de las cosas mismas también, de los hechos públicos, de la mirada de cambio y de la enseñanza del perdón. La inteligencia es también una creencia: el punto en que la fe y la reflexión pueden coincidir. Son los puntos que unen, la instancia que trasciende y que instaura un poco de eternidad en la mirada.