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domingo, 28 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA. Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos

NEBLINA MORADA
Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos
Irving Ramírez

El lobo es un animal hermoso. Los territorios que puebla arengan su libertad y su intermitencia. Pocos seres son tan lunáticos con esa asociación ante la espera plateada que los ronda. Y su altivez que se pasea por continentes desde tiempos lejanos. El lobo es más que un canino, un bienhechor de ecosistemas, un villano natural, un acoso del miedo. Su espíritu mas allá de la leyenda es noble, sumamente amoroso con su prole, organizado en sus clanes que se mueven en pos del territorio.

El lobo aúlla con sentido, aprende desde temprano su fina identificación con la noche. Lobo que bebe de los estanques para mirarse y comprobar que no se ha modificado, lobo que en el humano asume la piel de un depredador de sí mismo. Por ello la pareja es primordial, una pareja que se reúna en la manada.

Pero los lobos que impregnan la vida del espíritu, esos que arrojan la sombra de su mirada electrizante, elaboran un dejo de lejanía que no se alía con lo salvaje sino con la soledad. Un lobo solitario es un nostálgico de manada. La soledad redime, la veloz escapatoria de sí mismo le dice que las hembras que lo necesitan son afines al clan. El lobo que además se hace hombre, vuelve a su condición natural. Deduciendo la escala y se reúne con los que a la luz de la luna le vieron desdibujarse.

Lobos somos todos, pero nunca lo sabemos. Los que huyen hacia la pradera hecha de quimera y sueños memorables, son los que poseen la huella de la metamorfosis. Luna que baña a la bestia, no para deshumanizarla, y dotarla de la destrucción, sino para dotar la fuerza del espíritu que se avecina hacia el futuro constructor. Un lobo verdadero teme a los temores, pero no ataca. Salva su integridad de bestia. Su aullido es el acuerdo ritual que estableció la luna, su patria vieja, para cuando cumpla sus castigos y regrese.

Esas mujeres que aprendieron a lidiar con manuales, que se sirvieron de una metáfora como de un manantial de fuerza, no conocían al lobo que las sigue. El lobo del corazón de intemperie, el lobo de la plateada ceremonia, el lobo que no ven pero que corre pero que cuida pero que impregna el sueño de certeza. Ser gregario que funge como centinela de la belleza en las colinas. Lobo de los misterios revelados, lobo sin rumbo en las ciudades nocturnas, lobo que se resiste a la antropofagia. Lobo que corre sin miedo ante el amor doblado, ¡lobo, lobo, lobo! que cimbra con sus heridas la libertad del rio, y en sus ojos marrones engendra la inocencia.

Lupo Malnaro, antropomorfo al que las ropas le estallan y sus colmillos le marcan para escoger su soledad. Cuántas canciones, cuántas películas, cuantas novelas esgrimieron tu figura como un juramento. Uno de los seres más bellos de la creación. Lobo de la pradera, lobo de la montaña, lobo de sí mismo en la ciudad canalla. Corre con ellas sin que lo noten, corre sin fin hacia la luna que llama, cántale que algún día asumirá la música que ofreces como un puente para la caricia.

Hombre Lobo, ya no sabes sino ser lo que no eres, ¿Hombre o bestia? Híbrido que se concentra en el sentido del apego a la lealtad sin fronteras; allí Colmillo Blanco, allí también San Francisco de Asís, allí el diálogo con los hombres justos, el ostracismo de raza y especie, la vulnerabilidad de un vínculo. Lobo que vuelto hombre huyes de ellos y como Hobbes lo dijo, eres el lobo para el hombre mismo. Y sin embargo, corres a contracorriente de la luz, en pos de ellas, en su órbita que silenciosamente acompañas como rayo de luna.

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