Una comunidad lastimada protesta contra la violencia y la inseguridad
José Manuel Recillas
Cuando Enrique Krauze viajó a Polonia, allá en los albores de los años noventa, para fungir como testigo presencial de los hechos históricos que en aquel país se vivían merced las marchas y protestas que el sindicato obrero Solidarnosk realizaba (y que se conocen como la revolución de terciopelo), el historiador mexicano de corte liberal (de quien Fernando García Ramírez preparó una antología en la que se elogia su carácter liberal) no dirigió su mirada hacia los posibles vacíos en las plazas y sitios donde se congregaba la masa; no decidió mirar para otro sitio porque considerase que todo mundo iba a mirar justamente allí, donde todo mundo miraba; vivió y experimentó eventos tumultuosos de primera mano, pero su testimonio fue absolutamente individual, no se fundió con la masa, ni lo pretendió; no dirigió su mirada hacia otro sitio que no fuera hacia donde todo el muneo, literalmente, estaba en ese momento mirando. Su crónica de esos momentos históricos los registró la revista Vuelta, que dirigía Octavio Paz, y después las reunió en un libro que da fe de esos momentos de gran importancia mundial. Sabemos que lo que dice al respecto es cierto porque hay innumerables testimonios que lo confirman como un testigo confiable. es cierto, también, que lo que le interesaba a Krauze era ver la caída del comunismo, pero eso no invalidada su testimonio. Miles de testigos en todo el mundo recordamos esos eventos y sabemos que el historiador mexicano acudió a su cita con la historia (¿la Historia?) y no dio falso testimonio.
José Manuel Recillas
Cuando Enrique Krauze viajó a Polonia, allá en los albores de los años noventa, para fungir como testigo presencial de los hechos históricos que en aquel país se vivían merced las marchas y protestas que el sindicato obrero Solidarnosk realizaba (y que se conocen como la revolución de terciopelo), el historiador mexicano de corte liberal (de quien Fernando García Ramírez preparó una antología en la que se elogia su carácter liberal) no dirigió su mirada hacia los posibles vacíos en las plazas y sitios donde se congregaba la masa; no decidió mirar para otro sitio porque considerase que todo mundo iba a mirar justamente allí, donde todo mundo miraba; vivió y experimentó eventos tumultuosos de primera mano, pero su testimonio fue absolutamente individual, no se fundió con la masa, ni lo pretendió; no dirigió su mirada hacia otro sitio que no fuera hacia donde todo el muneo, literalmente, estaba en ese momento mirando. Su crónica de esos momentos históricos los registró la revista Vuelta, que dirigía Octavio Paz, y después las reunió en un libro que da fe de esos momentos de gran importancia mundial. Sabemos que lo que dice al respecto es cierto porque hay innumerables testimonios que lo confirman como un testigo confiable. es cierto, también, que lo que le interesaba a Krauze era ver la caída del comunismo, pero eso no invalidada su testimonio. Miles de testigos en todo el mundo recordamos esos eventos y sabemos que el historiador mexicano acudió a su cita con la historia (¿la Historia?) y no dio falso testimonio.
El pasado 6 de abril, una comunidad lastimada, ofendida, ignorada, salió a las calles de múltiples ciudades del país a protestar por la inseguridad, la violencia extrema generada por el crimen organizado ilegal y el crimen organizado legal. Uno de sus integrantes, el poeta Javier Sicilia, había perdido a su hijo merced actos criminales que no han sido esclarecidos, y quizá por ese hecho, por tratarse del hijo de un poeta, se salvó de la respuesta característica que las autoridades federales y locales suelen dar a estas muertes: son criminales víctimas de otros criminales en su despiadada lucha por el control de las diversas plazas, o como la ha dicho el mismo presidente de la nación: son los criminales que se están matando unos a otros.
No es la primera vez que un miembro de la comunidad artística nacional se ve afectado por la criminalidad despiadada que invade al país como la peste bubónica. El año pasado el violista Omar Hernández-Hidalgo fue asesinado brutalmente en Tijuana luego de ser secuestrado y torturado, sin que hasta la fecha autoridad alguna se haya pronunciado al respecto, y frente al silencio de las autoridades culturales que nada dicen. Hoy le tocó al hijo de uno de los poetas más respetados y queridos del país, pero mañana podría tocarle a cualquier otro: un pintor, algún dramaturgo, un actor, un director de cine, un vecino cualquiera, un amigo, cualquiera...
La cita de la marcha de protesta fue en la explanada del Palacio de las Bellas Artes, y de allí partió hacia el Zócalo. desde las 14:00 hrs., según reportaban algunos medios de comunicación radiofónicos, comenzó a aglutinarse la gente, y para las 16:00 hrs el hervidero era ya notorio. Poetas y escritores, libreros y editores, actores y lectores de a pie, comenzaron a formar parte del conglomerado. Aislados, como mudos testigos esta vez, no como participantes, se veían algunos pocos, muy pocos políticos. Entre la muchedumbre se vio a un Pablo Gómez, esta vez sin reflectores sobre él, testigo mudo de un movimiento sin partido que lo cobijara.
Durante el trayecto se gritaron consignas, algunas de las cuales parecían fuera de lugar ("Narco, canijo/ tú también tienes hijos"), pero que eran comprensibles en un ambiente colectivo plagado de enojo y frustración. Nada como para rasgarse las vestiduras. No todas las consignas recibieron la misma respuesta, pero todas tenían el mismo origen: hacer patente el enojo, la frustración de una comunidad, la literaria, que por vez primera se ve en toda su fragilidad, y hacia la que uno no esperaría el menor asomo de mezquindad y sí la solidaridad y comprensión.
Un denominador común llevaban las consignas: repudio total a la violencia del crimen organizado, y a la política de (in)seguridad nacional promovida por el gobierno federal, así como un abierto repudio al propio titular del Ejecutivo, quien con o sin razón por parte de quienes le reclamaban su proceder, es el autor de dicho proceder federal.
¿Importa el número de asistentes al mitín? Televisa, que siempre manipula los datos, estimó en diez mil los asistentes. Desde el templete de los oradores, el ensayista y traductor del alemán Héctor Orestes Aguilar calculó que bien podrían haber acudido unas 25 mil personas. Pero, ¿realmente importa? Todo mundo dirigió su mirada al templete principal, y desde allí la plancha del Zócalo, la más grande del mundo, se veía colmada. Pero, ¿realmente importa la cantidad exacta? Lo que importaba, lo que importa, es que se trataba, se trata, de un hecho histórico, y había que estar ahí, mirando lo que había que mirar, y escuchar lo que había que escuchar, no mirando hacia la retaguardia, no contemplando los huecos donde no había nadie.
De haber estado presente Enrique Krauze en esta congregación, ¿habría desviado la mirada hacia la desembocadura de alguna de las varias calles que dan al Zócalo? ¿Se habría detenido a mirar los espacios vacíos que pudiera haber hallado a su paso? ¿Habría desistido de su labor de historiador y se habría escudado en argumentos insustanciales? ¿Su liberalismo le habría permitido actuar con tanta frivolidad, con tan nula sensibilidad? Cierto, él no estuvo presente allí, y tal vez nunca lo sabremos, pero vale la pena plantearse tales cuestiones, porque estamos hablando de la "historia", aunque sea con minúscula; pero esa "historia" es la del hombre y la mujer de todos los días, de esos miles de padres, madres, hijos, hermanos, amigos, que han muerto en una guerra que no parece conducir más que a más muertos y sin ningún fin real posible.
¿La Historia? Tal vez esa la escriban los vencedores, si es que algún día hay vencedores en esta guerra absurda y sin sentido. ¿La Historia con mayúsculas? Tal vez la escriban los liberales, o tal vez no, pero ¿tiene sentido una historia, una Historia, que no refleja el momento histórico, que no da cuenta real de lo que sucede, que no da cuenta de sus propias herramientas para hacerse comprensible, compartible? ¿A quién va ir dirigida semajante Historia? Tal vez a nadie. Tal vez por eso se dirige la mirada hacia el vacío.
La concentración en el Zócalo de la ciudad de México dio cuenta de una comunidad, la literaria, y de sus lectores, que se siente vejada, mancillada, ofendida, ignorada, como sucede con el resto de la población nacional. En los hechos, el gobierno federal, como quería aquel presidente de infausta memoria, "ni los ve ni los oye", aunque diga que está abierto a las críticas pero mantendrá la estrategia ya trazada. ¿Entonces para qué la crítica si ya de entrada hay oídos sordos?
La crítica y denostación que se hizo públicamente hacia el titular del Poder Ejecutivo no es una muestra de cerrrazón o de rencor ideológicamente ubicado, sino acaso de la frustración de quienes se sienten excluidos en los hechos de las decisiones que se toman desde arriba, desde una verticalidad que da vértigo porque desde las alturas del poder no se puede ver la vida de los individuos, la vida destruida y destrozada de miles de familias cuyos muertos son criminalizados en automático ("porque se están matando entre ellos", según ha dicho el presidente de la nación).
Tal vez la marcha (las múltiples marchas) no sirvan de mucho en los hechos. Pero es un símbolo del rechazo a una vida política que no contempla a sus ciudadanos si no es como estadísticas, como números que nada dicen: 35 mil muertos y contando. Como en el nazismo, son números que despersonalizan, pero detrás de cada número, hay una persona: un hijo, una hija, un padre o una madre, un hermano o una hermana, un amigo o una amiga, alguien lejano o cercano, alguien a quien el gobierno abandonó a su suerte y sólo le queda sumarse a la pila de los muertos, y soportar que su nombre, lo único que muchos tienen, sea manchado "porque era un criminal y se están matando entre ellos". Contra eso se protestó, entre otras cosas.
¿Tiene importancia cuántos asistieron al Zócalo? Para quienes sólo se interesan en la frialdad de los números, tal vez sí, tal vez no.
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