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lunes, 23 de mayo de 2011

NEBLINA MORADA: Imaginación o experiencia

NEBLINA MORADA
Imaginación o experiencia
Irving Ramírez


Cuando un autor tan huraño y genial como Rulfo, afirma que nada de lo que escribió es autobiográfico, y que él se vale nada más de la imaginación, uno se queda pasmado. Tal vez la leyenda de su obra se sustente en este aserto que lo haría un inmenso artesano al que costaba mucho crear, y que alguna vez se le acabó la imaginación. Sus mundos son tan vivos que resulta sorprendente, por decir lo menos, aceptar eso. Si todos pensaran así, no habría casi escritores a los que las vivencias les doten de universos ricos. Por el contrario hay quienes sostienen que todo lo que hacen proviene de sí mismos, ya sea de su propia vida, o de la de quienes los han rodeado siempre. Como serían los casos de Hemingway o Chejov. Las dos posturas tienen razón. Un escritor debe hallar la forma que mejor lo funcione para concebir su obra sea cual fuere su género. Rulfo lleva el control de su trabajo hasta el final, Cortázar lo deja al azar, y se sorprende al descubrir lo escrito. Rulfo dice que primero crea al personaje, luego al contexto, y después la anécdota. Que solo hay tres temas: el amor, la muerte y la vida. Lo más interesante es que le teme a los intelectuales, dice que no se debe filosofar ni tratar de influir en el lector. Esta poética, donde el autor desaparece de su obra, tan cara a Flaubert (el autor debe estar presente en todas partes pero visible en ninguna), va contra la otra postura, donde el novelista inserta una visión del mundo, y aparece de sinnúmeros maneras en la trama, ora como una voz monologante, ora como personaje o alter ego, o simplemente como un fantasma entrevisto. Pienso, sobre todo, en las novelas reflexivas de Musil, Broch, Mann, y en especial en Lawrence Durrell. Estamos ante dos posturas antagónicas de abordar el hecho creador. Yo prefiero el último, pero no desdeño el de Rulfo. La literatura fantástica o de horror, sería la más apropiada a lo rulfiano entonces, pero no necesariamente. De todos modos, el clásico mexicano mueve una filosofía subitánea a pesar suyo, y nos presenta esos casos plurisignificativos en sus historias llenas de fuerza y misterio. Hay el juego de la tradición, como el de la cultura ancestral profunda mexicana, y una inmensa capacidad de observación en todo caso. En Durrell, el acento está puesto en las interpretaciones al interior de las vidas y sus peripecias complejas, desde la psicología, la política, la filosofía, la historia, y la literatura misma. Hallamos que la imaginación es también experiencia, que puede ser separada de sí misma, pero retribuida en términos estéticos, y como ficción reconocible o fácil de ser asequible por la propia biografía del lector. Durrel escribe con facilidad, y con un estilo elaborado y barroco, acuciado por las deudas como Balzac, compone este portento: El Cuarteto de Alejandría en unos cuantos meses, y una novela tras otra. Su mirada multiperspectivista, y la novela polifónica, nos regalan un cuadro de lo más complejo del amor moderno, pero no solo eso, de la condición humana. Todo es experiencia, pero al mismo tiempo, nada lo es en él, su ciudad Alexandria tal vez sea a pesar de ser real, más imaginaria que Comala. Darley , el escritor, su alter ego, se libera y vive en ese caos sin nombre de conspiraciones y contra conspiraciones amorosas, políticas y filosóficas. Si me apuran, los textos de Rulfo parece salidos de su álbum familiar, y las novelas de Durrell, de un inmenso viaje de hongos. Eso es lo paradójico de la literatura.

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