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domingo, 29 de mayo de 2011

NEBLINA MORADA: Oír a los animales

NEBLINA MORADA
Oír a los animales
Irving Ramírez

Cuando los mosquitos bailan al atardecer
Garabatean en el aire, discuten desquiciados
Componen su loco vocabulario
Ted Huges

Estaban antes que nosotros, estarán cuando el último hombre se haya ido. Nunca sabremos qué pensaron, cuál fue su legado, por qué existieron. Los animales no hacen filosofía. Y no obstante, su importancia es primordial para la existencia del mundo. Muchos han sucumbido a cataclismos naturales, otros cumplieron su ciclo, muchos más fueron víctimas de la depredación humana. Les hemos dominado a pesar de ser varios de ellos más fuertes, les hemos temido y domesticado, les hemos comido, y explotado como esclavos, les hemos maltratado y asesinado gratuitamente. Los animales todos, también han sido compañía, y consuelo, y han ayudado a la vida, y se han vuelto entrañables y necesarios.

Hay una simbología legendaria que Sirlot relaciona con el totemismo y la zoolatría. En todas las culturas de todos los tiempos aparecen, digamos que estamos ante una conexión cósmica. Ellos figuran en el mundo simbólico, religioso, mitológico como manifestaciones de la psique, del miedo, o de la imaginación más rica. Los bestiarios imaginarios de Borges, de Filipo de Atún, Pedro de Picardia, Guillermo de Normandía, Ramon Llull, etcétera, lo consignan a través del tiempo.

Su mundo es tan diverso y extraño, tan misterioso, hay tantos de todo tipo, muchos desconocidos por la ciencia, en organizaciones sociales fascinantes, en sobrevivencia solitaria, en costumbres ignotas y crueles, y nosotros en ese orden, somos los animales racionales, que no necesariamente superiores.

Tanto nos subyugan que el arte ha registrado ese asombro perpetuo: la pintura, la poesía, la música, la danza, vierten esa condición. El disco Animals, de Pink Floyd, comienza con sonidos de cerdos, emblema de todo el álbum conceptual, uno de los mejores del grupo, que en sus conciertos en vivo desplegaban un enorme globo de un cerdo. En la novela Rebelión en la granja de Orwell, se hace una alegoría del totalitarismo soviético estalinista, y hasta del papel de Trotsky como disidente, obra magistral. Todos sucede en una granja y los animales luchan por el poder, en un microcosmos político. Moby Dick presenta una enorme ballena blanca que habla de la aspiración humana por el absoluto y la lucha contra el destino inexorable. La cultura azteca basa su origen en la aparición de un águila devorando una serpiente, ambas simbolizan la fundación de una raza, de una civilización.

Schopenhauer, el filosofo alemán, escribió que “verdad es que si pudiera preguntar si hay verdaderamente personas que merezcan el aprecio y la amistad sincera, sea como quiera tengo más confianza en un perro leal, cuando mueve la cola, que en todas esas demostraciones y fórmulas”.

Y en la novela El Señor de las moscas de William Golding, los niños atrapados en la isla que también luchan por el poder, establecen una distorsionada civilización copiada a la adulta, donde para fundar una religión, adoran a lo que más temen, en este caso la cabeza del jabalí, al que dotan de potencias malignas y sobrenaturales. No olvidemos la maravillosa nouvelle El tigre de Tracy de William Saroyan, donde este felino es el alter ego, una especie de conciencia que representa el valor, el arrojo y el coraje del protagonista.

Todos los oráculos, los símbolos astrológicos de las culturas poseen al animal como correlato humano; así los signos del zodiaco de Occidente, los chinos, los aztecas. El animal rige el destino cosmológico, y establece un carácter compartido. El animal también es mítico por medio de la cultura milenaria. Y muchos de ellos también son bellos, nobles, inteligentes, desconcertantes: pero ninguno tanto como el ser humano, esto último.

Para mí, el tigre es el animal más bello, y en preferencia le siguen el gato y el delfín. Entre nosotros Alberto Blanco y el pintor Toledo concibieron un libro en honor a los animales en diálogo entre plástica y poesía, espléndido.

El mencionado disco de Pink Floyd está lleno de sonidos de animales: cerdos, perros, ovejas; se oyen ladridos y todo gira en esa atmósfera asociada a la vida humana. Hughes por su parte en ese libro de poemas a los animales rinde tributo a los seres que lo acompañaron en su autoexilio en el campo, es de aquellos que saben se puede aprender de los animales, que ellos nos enseñan a vivir, a morir, a liberarnos, a apreciar el mundo. Escribió versos como estos: “El salmón es un gángster en su escondrijo […] y su belleza sangra de manera invisible/por cada una de sus agallas”. Ellos respetan los ciclos, poseen la sentencia del presente sin fisuras, abren la puerta de la necesidad con justicia ni más ni menos. Schopenhauer decía que todo animal y especialmente el hombre necesitan para poder existir y progresar en el mundo cierta congruencia y proporción, entre su voluntad e inteligencia, y esto el animal humano lo ha olvidado por completo.

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